El escritor israelí Amos Oz (1939-2018) murió casi al finalizar el año pasado y el mundo entero –no solo su patria nativa– resentirá su ausencia porque fue un novelista especialmente comprometido en dilucidar las complejas tramas en que la verdad puede salir a la luz. Es significativo que unas conferencias que dictó en inglés en 2002 (Cómo curar a los fanáticos) fueran reelaboradas en varias ocasiones; en español hay dos versiones: la que viene del inglés, que se titula Contra el fanatismo, y la que proviene del hebreo –ampliada y actualizada–, que se llama Queridos fanáticos, ambas traducidas en la editorial madrileña Siruela.

A lo largo de su vida, incluso en sus primeras novelas, Oz retrató la conflictiva cotidianidad de Israel, especialmente con Europa, primero, y con el mundo árabe y Palestina, después, tratando de comprender que su país no era solo victimario sino también víctima. Como ciudadano israelí trató de ponerse en los zapatos de los palestinos, pero exigió que los palestinos también se colocaran en el lugar de los israelíes, lo que le trajo muchas incomprensiones en ambos bandos. Oz ha planteado que debe haber dos estados para evitar más mortandad en Israel y Palestina, vecinos abocados a compartir la casa en un mismo terreno.

Uno de los grandes peligros de hoy es el auge del fanático, no solo de aquel que planea atentados terroristas a gran escala, sino del pequeño fanático que llevamos dentro en nuestras acciones diarias. “El fanático no discute”, señala Oz, refiriéndose a aquellos militantes de ciertas causas que creen que su obligación es erradicar de inmediato los defectos que encuentran en el otro. Oz halla fanatismo en quienes dan “respuestas de una sola frase”: la culpa es de Occidente; la culpa es del patriarcado; la culpa es del capitalismo; la culpa es del cristianismo… Al fanático le basta, facilonamente, crear un enemigo.

“Tomemos, por ejemplo, lo que hace como medio siglo surgió como una idea innovadora y apasionante, la idea de la multiculturalidad y de la política de identidades, y que rápidamente se convirtió en muchos lugares en una política de odio identitario: lo que empezó con una expansión de horizontes culturales y emocionales ha ido deteriorándose hasta llegar a una situación de cerrazón, de aislamiento, de odio al otro, en resumen, una nueva ola de desprecio al prójimo y de fanatismo que va creciendo desde distintas direcciones”, dice Oz, y esto ha pasado con los fanatismos revolucionarios, nacionalistas, ultraortodoxos, europeos...

Oz considera que una de las razones del fanatismo es la postura delirante y antihistórica de aquellos militantes y/o activistas, cuyas realidades son binarias de malos y buenos, que quieren cambiar las cosas de golpe y para el día de mañana. “Una de las marcas distintivas inconfundibles del fanático es su ardiente deseo de cambiarte para que seas igual a él… De hacer que abandones tu mundo y te vayas a vivir a su mundo. El fanático no quiere que haya ninguna diferencia entre las personas”, afirma el escritor que sabía que la estructura no se transforma a palos. Leer con atención a Amos Oz es una necesidad humana. (O)