Pocos debates son tan polémicos, y tan mal discutidos, como la despenalización del aborto. Invariablemente, cuando la discusión sobre este se reanuda, ambos bandos enseguida acuden a estereotipos, memes y eslóganes con escasas intenciones de discutir los duros problemas filosóficos de fondo que este tema plantea. Aunque las dificultades éticas y conceptuales relativas al problema son innumerables, voy aquí a centrarme en aquellas dos que opino son las más relevantes.

El primer problema es en qué momento el no-nacido adquiere el calificativo de “persona”, es decir, un ser dotado de derechos. Los antiabortistas frecuentemente insisten en que ocurre en el momento mismo de la concepción, mientras que los reformistas por lo general sitúan ese momento más adelante, cuando el no-nacido desarrolla ciertas características, como la conciencia. Ambas soluciones son problemáticas. Imaginemos un incendio donde tenemos que elegir entre salvar a un recién nacido o a una hielera con veinte óvulos fecundados. Si estos últimos fuesen “personas” del mismo modo que el recién nacido, entonces esto nos llevaría a la absurda conclusión de que debemos rescatar a los veinte óvulos y dejar que el infante muera calcinado. Sin embargo, si insistimos en que la personalidad proviene de alguna característica que se adquiere durante el desarrollo del embrión, como la conciencia o la capacidad de sentir dolor, entonces nos enfrentamos con el complejísimo problema de determinar en qué momento esa característica se desarrolla al grado suficiente como para declarar al no-nacido como “persona”. Como se puede ver, indicar en qué momento se inicia la personalidad del no-nacido es un problema que no puede ser resuelto con eslóganes sino con una profunda reflexión científica y filosófica.

El segundo problema consiste en delinear realmente qué obligaciones acarrearía consigo un hipotético derecho a la vida del no-nacido. Imaginemos que después de un accidente te despiertas quirúrgicamente conectado a un desconocido. Los médicos te explican que la intervención fue necesaria para salvarle la vida a esa persona, la cual ahora solo puede sobrevivir compartiendo tus órganos. Nadie pone en duda que el desconocido, como cualquier persona, tiene derecho a la vida. Lo que no queda claro es si ese derecho a la vida incluye el derecho a usar tu cuerpo como vehículo sin tu consentimiento. Evidentemente este ejemplo de ciencia ficción no es completamente idéntico a la relación entre el no-nacido y su madre, al menos en parte porque, salvo casos de violación, la madre es parcialmente responsable de que el no-nacido esté conectado a su cuerpo en primer lugar. Sin embargo, ¿es eso suficiente para que pierda el derecho a su autonomía orgánica?, ¿o el derecho a que nadie use tu cuerpo y órganos sin tu consentimiento es irrevocable? Una vez más, estas son preguntas de bioética muy complejas, llenas de sutilezas que simplemente no pueden ser contestadas mediante memes.

El debate sobre la despenalización del aborto no puede ser manejado con la increíble pereza intelectual a la que nuestra sociedad nos ha acostumbrado, sino que es un tema que requiere reflexiones serias y necesarias por parte de nuestros políticos como de la ciudadanía en general. (O)