¿Quién? Occidente, esa comunidad cultural de pueblos agrupados en torno de valores cristianos, sobre los que han edificado una estructura económica basada en la economía de mercado y entidades políticas que intentan organizarse como repúblicas. Básicamente lo constituyen Europa Occidental, Norteamérica, más algunos países que han adoptado tales instituciones. Previamente, durante poco tiempo, existieron en unas pocas regiones sistemas parecidos, pero sólo a partir de la Baja Edad Media se consolidaron estas estructuras, iniciando la época de mayor bienestar que ha visto la humanidad. Para mediados del siglo XX Occidente poseía casi dos terceras partes del ingreso mundial y su predominio en todos los campos era incontrastable.

Pero ya no es así en el siglo XXI, como nos hace notar un artículo de la revista Foreign Affairs. La porción de riqueza en manos de los países occidentales no rebasa la mitad y decrece sostenidamente por razones que pueden reducirse a dos. Una, a raíz del colapso del comunismo los países que conformaban la Unión Soviética, algunos de sus aliados y China iniciaron un proceso de apertura hacia el capitalismo y la república. Los resultados de esta transformación no se hicieron esperar. Las economías empezaron a crecer a un ritmo que jamás se soñó en los años del socialismo. Pero no ocurrió lo mismo con la estructura política. Es mucho más fácil crear una economía de mercado que implementar una república, es decir gobiernos electos por mayorías que actúan en beneficio de toda la colectividad. No fue posible porque las oligarquías “comunistas” o excomunistas, según el caso, querían crecimiento, pero no dejar el poder.

La segunda razón por la que Occidente se rezaga, y que no se considera en el análisis de Foreign Affairs, es porque ha abandonado el capitalismo. Los países de Europa y Oceanía practican versiones de la socialdemocracia que van del social liberalismo al socialismo duro. Estados Unidos mismo no tiene una economía de mercado verdadera. Los controles y exigencias dificultan el emprendimiento, los sistemas impositivos desalientan la inversión y prevalece el dogma de la “redistribución” del ingreso. El resultado es el estancamiento o un crecimiento magro, un incremento del PIB del 3 por ciento, que se consideraría ridículo en el resto del mundo, les parece exitoso. Entonces no es extraño que vayan perdiendo la carrera. Los gobiernos autoritarios, dada la matriz violenta de toda dictadura, tratarán pronto de imponer su superioridad no sólo económica, sino también militar. Es el caso de China, que con crecientes demostraciones de fuera intenta imponer sus intereses. Y el de Rusia, que disfruta de cierta prosperidad por la venta de energéticos, pero ha caído de nuevo en el esquema soviético: retraso tecnológico en áreas civiles con gran desarrollo en lo bélico. Estamos pues en un escenario amenazador para los que creemos en la república y los derechos humanos. En ese contexto, con alguna excepción, América Latina ha optado por el peor de los mundos posibles: redistribución antes del crecimiento, hostigamiento al capital e instituciones republicanas deficientes.

(O)