El primer jefe de Estado ecuatoriano que visitó oficialmente Brasil fue Osvaldo Hurtado hace 36 años. En aquella ocasión observó con sabiduría que los dos países “hemos vivido de espaldas”. Cuatro décadas después las cosas algo han cambiado, pero todavía no tenemos una relación determinante con este gigantesco cuasivecino. Por eso damos poca importancia a los fenómenos sociopolíticos de esa meganación. Esto tiene que cambiar.

La mayoría de brasileños perdió la fe en un establecimiento político cuyas alas representan el expresidente Lula da Silva, preso por corrupción, y el presidente saliente Michel Temer, con una visible cola de paja. Parecería que la clase política, en lugar de luchar contra los abusos y atracos, cierra filas para salvar a sus miembros incursos en tales delitos. Eso ha sucedido en varias partes del mundo y explica en buena parte el éxito de caudillos marginales. Más aún, se ha perdido la fe en el Estado mismo. Las grandes mayorías sí intuyen que el Estado está en primer lugar para protegerlos y que para eso sirven las leyes. Pero sienten que el poder les ha abandonado y quieren hacer justicia por su mano, o se confían de alguien que ofrece hacerla pasando sobre consideraciones legales que les parecen hechas para salvaguardar a los delincuentes. Vista la incapacidad de las repúblicas de bregar con los problemas de corrupción e inseguridad, no es difícil entender la elección de candidatos con una propuesta de mano dura como Jair Bolsonaro.

El discurso del nuevo presidente del Brasil es pobre, lleno de consignas y clichés peligrosos, que apelan al miedo y a la incertidumbre. Sin embargo, admite no entender de economía y ha ofrecido dejar el manejo de este campo a Paulo Guedes, quien sería su ministro de Economía, que tiene un programa para llevar a Brasil por la vía chilena al capitalismo. Esa es la receta que ha funcionado, el resto son canciones de cuna. Por otra parte, ha invitado a ser ministro de Justicia y Seguridad Pública al inflexible juez Sergio Moro, que arrinconó a la mafia lulista. Podría este magistrado concretar en un esquema jurídico lo que por ahora son nebulosos conceptos en boca de Bolsonaro. Sería un entramado legal más estricto y enfocado en la defensa social. No hablamos de cambiar de oferta, sino de aterrizarla en la realidad política.

Es cómodo tener un enemigo para acusarlo de todos los males. La izquierda continental, lo oiremos hasta cansarnos, le ha declarado la guerra a Bolsonaro. Antes lo hizo con Macri, pero les resultó muy tibio, el brasileño que con frecuencia se dispara y a veces disparata es un antagonista más conveniente. ¡Viene Bolsonaro!... antes de entrar en pánico démosle una oportunidad. Podría hacer como Ollanta Humala, pasar de un discurso radical como candidato a una actitud moderada en el gobierno. O como Lucio Gutiérrez, quien, a pesar de su inepcia política, dejó a sus eficientes ministros económicos concretar un lustro de prosperidad. Este es, por cierto, un escenario optimista, esperemos que las cosas se den de esta manera, pues será positivo para todo el subcontinente. (O)