Sí. Esta especie de apatía, inercia, pereza, flojera con la que se gobierna desde el Palacio de Carondelet empieza ya a mostrar síntomas preocupantes.
Más allá del chiste simple y ramplón (“Estamos construyendo una democracia de ciudadanos libres, no de seguidores, casi digo de borregos”: Moreno durante las fiestas de Guayaquil), de los exabruptos internacionales (“…de usted aprendimos que nuestra tarea no es liberar a los oprimidos, sino liberar a los opresores…”: Moreno en memoria de Nelson Mandela en la ONU), de los gazapos sobre educación superior (“Falta de visión es tratar de generar una universidad de investigación en un sitio alejado de la ciudad, seguramente para ermitaños...”: Moreno en un encuentro con rectores universitarios) o de confesiones íntimas y evidentes (“Me dijeron que el país me necesitaba y aquí estoy, y cuento los días para poder largarme…”: Moreno en una empresa textil), más allá de esto, el desorientado manejo de la cosa pública de todo lo que representa servicio público empieza a experimentar un descenso interesado y sospechoso.
Los propios custodios del poder, de ese que reniegan, del que hablan mal pese a que estuvieron allí mismo en la década anterior, del que dicen respetar y servir, son los encargados de desprestigiarlo con miras a justificar una mordida privatizadora de determinadas áreas estratégicas del Estado.
Esta dejadez, desgana, displicencia, vacilación con la que se enfrenta las responsabilidades del Gobierno empieza a ser un denominador común de cada ventanilla de servicio público, de atención en hospitales, o de manifestaciones en escuelas y colegios. Porque resulta que del mal ejemplo del presidente confrontador y grosero nos volcamos al nuevo ejemplo del presidente amnésico, impreciso, divagador y medio bufón.
Una desgana que nos hace olvidar que un Gobierno debería exponer un plan económico integral, proyectivo, serio, consistente y con un objetivo, al menos uno, visible y entendible, que nos abone tanto interna como externamente.
¿Hacia dónde caminamos como meta mediata e inmediata de este Ecuador sobre el cual muchos ojos se han posado a nivel de región? ¿Qué mensaje se va conformando con todo lo decidido –y aupado por Moreno– por el Consejo de Participación transitorio, si lo pasamos por el tamiz de la validez constitucional?
¿Cómo recuperamos el rol fiscalizador que supuestamente les corresponde a los medios de comunicación que distraídos miran para otro lado, forzando esa relación de luna de miel extendida que viven con el poder?
¿Por dónde se debe retomar la educación social con visión crítica, que nos lleve a contar con ciudadanos formados ideológicamente, que reaccionen más allá del meme, el chiste o del desinterés?
Los diálogos promocionados como “política de Estado” al parecer fueron mal planteados porque no se evidencia un avance en la administración pública. Todo lo contrario: permanente descalificación en favor de lo privado, y ya se escuchan trinos sobre la salud con “administración empresarial” o la educación con “visión de lucro”.
Tras las elecciones de medio periodo que se avecinan, la urgencia del debate debe centrarse en recuperar ese Estado de garantías en lo social. Que los derechos no se conculquen solapadamente bajo el manto del discurso que sostiene que siempre lo privado será mejor que lo público, y que la manera de medirlo sea monetariamente.
Que tras las elecciones sacudamos la desgana. (O)