El pasado 5 de octubre se cumplieron 30 años desde que los chilenos dijeron “No” al dictador Augusto Pinochet y a 15 años de represión, censura, asesinato y desaparición de miles de opositores. La Constitución de 1980, que él mismo había redactado, establecía que podía estar en el cargo solo por ocho años sin poder ser reelegido, a menos que los ciudadanos así lo pidieran. Por esto se convocó el referéndum. Había dos opciones: Sí o No.

La oposición junto con varios creativos trabajaron por el “No”. Enrique García, Eugenio Tironi, René Saavedra, José Salcedo, Juan Enrique Forch, Genaro Arriagada y Juan Gabriel Valdés fueron los arquitectos de “Chile, la alegría ya viene”. Ese fue el eslogan de la campaña en que la gente cantaba, bailaba y soñaba con el regreso de la democracia. Ya por 15 años se habían denunciado las atrocidades de Pinochet, era momento de mostrar a los chilenos que el principal adversario era el temor. Se trataba de transmitir un mensaje esperanzador, aunque eso significara que otros arriesgaran sus vidas para lograrlo.

“¿Cómo iba a salir por televisión si habían matado a gente por mucho menos?, recordó en un reciente reportaje en el diario La Tercera Patricio Bolaños, uno de los rostros del spot publicitario de la campaña. Cristian Dupré dijo que fue amenazado por actuar en el video, pero la gente en las calles lo alentaban cuando lo veían. Aquí el spot.

Chile salió masivamente a votar y ganó el “No” con un 56 %. Forch declaró hace poco para el medio digital El Desconcierto: “La campaña del ‘NO’ no fue el único gatillador del triunfo, fue una suma de todas las luchas. Todo el martirio, heroísmo  y resistencia de 15 años”.

Me quedan varias lecciones de lo acontecido en Chile. Primero, las dictaduras nunca terminan bien, ninguna. La resistencia, el activismo y el mantener un espíritu opositor son cruciales durante una dictadura. Visibilizan los crímenes y actos de corrupción cometidos por los tiranos. Sentir miedo es normal, pero hay que encontrar la forma de vencerlo. A Pinochet no le quedó otra que aceptar los resultados y cumplir con sus propias reglas. Los ojos del mundo estaban puestos en Chile, se había generado una gran presión internacional contra su régimen. Y la última lección: a veces nos deshacemos de las dictaduras, pero la impunidad queda.

En el caso de Chile, por ejemplo, recobró la democracia con el referéndum de 1988, pero Pinochet murió a los 91 años, en el 2006, sin ser condenado por alguna de las 3.200 víctimas, entre muertos y desaparecidos, de su régimen. 300 cargos criminales fueron presentados contra él en Chile. Así, ninguna alegría es completa.

Pensando en Ecuador, en nuestro país no llegó un gobierno completamente renovado luego de la dictadura de Rafael Correa y no podemos pretender que haya un giro radical de un día para el otro, pero sí asegurarnos de que jamás regresaremos a donde estábamos. Como igualmente asegurarnos de que Correa sea juzgado y condenado por todos los crímenes y delitos que cometió durante diez años. Claro que estoy feliz porque el dictador no esté más, pero la alegría sola no alcanza… la justicia debe llegar también. Entonces…

“Ecuador, ¿la justicia ya viene?”. (O)