Cuenta la mitología griega que Pigmalión, el rey de la isla de Creta, un día se enamoró de una de sus estatuas de marfil, de la ninfa Galatea. Según la leyenda, el deseo del rey Pigmalión se volvió tan fuerte que la diosa Afrodita decidió ayudarle y en un sueño le dio vida a la piedra, le dio a Galatea. Según esta profecía autocumplida, aquello que consideramos o creemos que sucederá tendría más probabilidad de hacerse realidad.

Diversos científicos en los campos de psicología, la economía, la medicina y la sociología han demostrado que este mito es realidad y lo han llamado el “efecto Pigmalión”. Han comprobado lo fantástico que es el poder que tienen las creencias de los demás sobre nuestra conducta y el poder de nuestra conducta en las creencias de alguien más. Así como el poder que tienen las expectativas favorables que sobre nosotros tenemos de nuestro entorno de personas que conocemos o tenemos capacidad de influir.

No hay nada mágico ni místico en el efecto Pigmalión, la causa está en nuestro cerebro, los neurólogos del California Institute of Technology descubrieron que el nivel de esfuerzo cerebral de una persona ante una tarea determinada está ligada a la expectativa positiva que se tiene en relación a poder realizarla, teniendo la confianza, la capacidad de acelerar la velocidad del pensamiento, la energía y, en consecuencia, la probabilidad de cometer la tarea con éxito.

El efecto Pigmalión se da cuando se tiene una valoración inicial sobre la persona, una expectativa sobre ella que conlleva a un trato que se le da y una percepción de respuesta que ella misma tiene de sí. Tiene dos caras: una catalizadora y una inhibidora según sean las expectativas positivas o negativas.

Todas las personas tienen una importante responsabilidad por el efecto Pigmalión y la deberían ejercer provechosamente. Así, por ejemplo, los hijos podrían tener mejores notas en la medida que sus padres y maestros siembren expectativas futuras de éxito y confían en sus capacidades; los colaboradores podrían tener un mejor desempeño y calidad en su trabajo en la medida que sus jefes generen una imagen positiva de su futuro y confíen en sus talentos. Incluso los ciudadanos llegarían a poner toda su capacidad y recursos para salir adelante, en la medida que los líderes de un país y la prensa promuevan un ambiente nacional de confianza y positivismo; y viceversa, a los líderes de un país les podría ir mejor si empezamos a creer más en ellos; si todos pasamos pensando y hablando todo el tiempo de crisis, indudablemente esta se dará o hará más fuerte.

El efecto Pigmalión impacta en las decisiones estratégicas, en la capacidad para contraer o postergar inversiones, incrementar o reducir personal, afrontar o postergar innovaciones y, en consecuencia, reforzar una espiral de crecimiento virtuoso o de contracción perversa. Es claro que las expectativas no sirven de nada si no van acompañadas de acciones, de trabajo perseverante y enfocado; no obstante, es muy potente aplicar en positivo el efecto Pigmalión, podríamos parafrasear a Drucker afirmando que detrás de todo gran cambio hubo una persona o varias personas que creyeron en él. (O)

* Consultor de estrategia.