“Roba, pero hace obras”, esto puede ser un mantra nuestro. Una muestra de tolerancia frente a la corrupción. Aunque no sé bien si es tolerancia o impotencia, o las dos.

¿Se ha convertido la corrupción en parte de nuestra cultura?

Hay muchas maneras de definir lo que es la cultura, puede ser entendida como el conjunto de valores, costumbres, creencias y prácticas que constituyen la forma de vida de un grupo específico, o como una especie de tejido social que abarca las distintas formas de expresiones de una sociedad determinada.

La cultura es la que evidencia los acuerdos a los que llegamos para convivir.

Mientras, la RAE define corrupción como la práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de las organizaciones, especialmente las públicas, en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores.

Lamentablemente, la concentración y uso de poder público con fines privados ha sido recurrente en nuestra política, a tal punto que hemos perdido la capacidad de asombro frente a la denuncia de irregularidades y actos de corrupción.

Pero creo que nosotros tenemos cierta responsabilidad en eso, con una política caudillista, desde una posición bastante cómoda se eligen autoridades por carisma y promesas, y no por proyectos soportados en marcos sostenibles en el tiempo.

Eso termina siendo un caldo de cultivo para el ejercicio de una política clientelar, donde se venden y pagan favores, para cumplir las promesas ofrecidas o para conseguir beneficios particulares en lugar del bien común.

Se ha creado un ecosistema de acuerdos bajo la mesa que ha llevado a la gente a desconfiar. Y la desconfianza mata al sistema. Si no se confía en los sistemas de un país, uno empieza a velar por sus intereses y pierde la mirada común, favoreciendo el individualismo y dejando de ver al otro.

Ese individualismo favorece la aparición de actos que transgreden las normas legales y principios éticos, como incumplir las leyes del tránsito por beneficio propio, poniendo en riesgo o perjudicando a los demás, sobornar al vigilante, pagar tramitadores ilegales o “la tajadita” en los negocios.

La viveza criolla se impone sobre el respeto, que es todo lo contrario del individualismo, es la consideración del otro, donde me hago cargo de mis acciones en función de una convivencia, es decir, pienso en mí y en el bien común.

Esa falta de consideración del otro es también, como círculo vicioso, uno de los mayores orígenes de la corrupción.

Da la sensación de que la corrupción está presente todos los días en nuestro país. En los que la hacen, los que la dejan hacer y los que no denuncian. En pequeños y grandes contextos.

Eso la haría parte de nuestra cultura. No quiere decir que todos seamos corruptos, sino que convivimos con ella.

¿Cómo empezar a alejarla? Podría ser trabajando en dos ejes, en el espacio privado: el respeto, que se logra considerando al otro en la convivencia. Y en el espacio público: la confianza, que se gana con transparencia y dando el ejemplo. (O)