En el último libro que el escritor mexicano Carlos Monsiváis alcanzó a publicar (Las esencias viajeras: hacia una crónica cultural del Bicentenario de la Independencia, 2012), en el momento de valorar la figura y la acción de Simón Bolívar, aquel señaló que el Libertador encaró interminables adversidades de las que pudo salir airoso en las funciones que desempeñó a lo largo de su agitada existencia, y que podemos constatar en sus proclamas, sus proyectos legislativos y su correspondencia. Monsiváis destaca, además, que Bolívar inauguró en nuestra región un lenguaje público novedoso sin retórica hueca, autocrítico y humilde.

Monsiváis así lo entiende: “Bolívar es notable en su utilización del lenguaje directo, apartado por entero de las expresiones monárquicas carentes de sinceridad y autenticidad”. Hay muchos Bolívares: el probritánico, el utopista fracasado, el militar macho, el vanidoso que corrige al poeta, el masón, el liberal, el mercantilista, el antiesclavista, el defensor de los indios… Pero este Bolívar que es autocrítico, que es sincero y que es auténtico bien podría ser una base para reconfigurar la práctica de la política pública, tan lesionada por la no transparencia: los acontecimientos que atestiguamos hoy son resultado de una década de política opaca y a veces oscura.

La autocrítica es una exigencia con uno mismo, es un examen que beneficia a la persona que la realiza y a quienes la rodean. Cuando el nuevo país es bautizado con su nombre, el Libertador acepta de frente sus limitaciones: “¡Legisladores! Al ofreceros el Proyecto de Constitución para Bolivia, me siento sobrecogido de confusión y timidez porque estoy persuadido de mi incapacidad para hacer leyes”. Según Monsiváis, el Libertador “emprende esa confesión porque todo se hace por vez primera y la autocrítica es otro aprendizaje que, por desdicha, nadie seguirá”. ¿Podríamos hacer de la autocrítica un aprendizaje y parte del legado bolivariano?

En la política contemporánea la transparencia ocupa un puesto central solo de nombre, pues, apelando a la protección de los intereses del Estado, en nuestra experiencia, la ciudadanía tuvo que tolerar un secretismo excesivo que ha sido una de las causas de la corrupción generalizada que padecimos de 2007 a 2017. El correísmo, que inventó una función de transparencia, ofendió el sentido mismo de ese concepto ligado al de la sinceridad y la autenticidad que reclamaba Bolívar; por el contrario, los correístas invocaron la transparencia justamente para construir un entramado que derivó en abuso de poder y corrupción. ¡Y esto proclamándose bolivarianos!

Comprendiendo que los yerros y las contradicciones de Bolívar son las equivocaciones y las inconsecuencias de todos nosotros los humanos, destacar este Bolívar de Monsiváis supone relievar también la fuerza de la palabra precisa y sin rodeos que todos debiéramos usar en beneficio de una convivencia con relaciones más horizontales. Cuando José Antonio Páez buscaba separarse de la Unión Gran Colombiana, Bolívar dijo: “¡Venezolanos! Yo marcho hacia vosotros a ponerme entre vuestros tiros y vuestros pechos. Quiero morir primero que veros en la ignominia, que es todavía peor que la misma tiranía”. Bolívar autocrítico, sincero y auténtico. (O)