Cuando un periodista le preguntó a Perón por las tendencias políticas existentes en Argentina, el general le nombró a radicales, conservadores, socialistas y algunos más. Sorprendido, le hizo notar que no había mencionado al peronismo. “Peronistas son todos”, respondió el viejo caudillo. Muchos años después, en nuestra política se vive una realidad similar. En lo que va del gobierno de Lenín Moreno, todos los que actúan en la política son correístas. Correísta es la presidenta de la Asamblea, como lo son la vicepresidenta de la República, la canciller, la ministra de Justicia y la nueva ministra de Economía. Por lo menos la mitad del gabinete tiene claramente ese signo y lo tiene también el bloque legislativo que respalda al presidente Moreno. Incluso su círculo más cercano no ha podido zafarse de esa identidad forjada a fuerza de largos años de obsecuencia hacia el caudillo. Eso hace que el propio presidente no pueda escoger su rumbo y su equipo, como lo demuestra con cada nuevo nombramiento.

Si todos son correístas, resulta complejo diferenciar a los unos de los otros y entender las razones de las disputas entre ellos. Enfrentado al mismo problema, el peronismo optó primero por zanjar las diferencias de una manera brutal, a balazos. Después del baño de sangre de la dictadura, la disputa pasó al campo de la política y terminó en un enfrentamiento de peronistas contra peronistas. Desde el fin del gobierno de Alfonsín hasta el triunfo de Macri, esa fue la historia política y electoral argentina. Los no-peronistas eran testigos casi silenciosos. En nuestro caso felizmente no repetiremos la primera parte de esa historia, pero hasta ahora estamos viviendo algo muy parecido a la segunda. La política se reduce a correístas contra correístas, sin que las otras corrientes políticas puedan incidir en el rumbo de los acontecimientos.

Esa realidad puede llevar a confusiones, ya que al decir que hay correístas de un lado y correístas de otro lado se puede pensar que cada uno de esos es un grupo homogéneo y que hay una sola línea que los separa. No es así, muchos temas los dividen, pero también son muchos los que los unen. No hay que olvidar que han hecho causa común en los asuntos más delicados, especialmente en los que afectarían a su líder. Pero, además de esa diferenciación-indiferenciación, hay algo que es menos visible pero que ha sido determinante hasta ahora y lo será mucho más en el futuro. Es la existencia de correístas abiertos y correístas encubiertos. Los primeros son los que aparecen públicamente defendiendo al caudillo y tapando los actos de corrupción. Los otros son los que consideran que el proyecto es más importante y su tarea es evitar que Moreno lo pervierta. Están ahí para impedir que el gobierno se desvíe de la línea marcada por Correa y frenan, desde adentro, todos los intentos de cambio. Son los quintacolumnistas, aludidos en este espacio en enero, que siguen ahí como si no hubiera habido la consulta ni les afectaran las evidencias de corrupción.

(O)