Con la consulta popular del 4 de febrero se produce el rompimiento definitivo de la sociedad política que unía a Lenín y Rafael. El primero ha quedado legitimado y empoderado para dar paso a una profunda reforma institucional que desmantele el hiperpresidencialismo que ha sido repudiado en las urnas, en tanto que el segundo opta por retirarse a sus cuarteles de invierno a mascullar la derrota, anhelando que el fracaso del Gobierno le dé la oportunidad de volver cual Lázaro redivivo.

El dilema de Moreno es cómo y hasta dónde se va a diferenciar de su antecesor.

Sin duda el triunfo ha avalado mayoritariamente el cambio de estilo, abierto al diálogo y a la tolerancia con sectores excluidos por el correísmo. Su llamado a la unidad, paz y trabajo ha sido oportuno ratificando principios y valores que orientan la acción gubernamental, en procura de la reconciliación nacional.

Ha dado un paso positivo: remitir el proyecto derogatorio a la Ley de Plusvalía, sin dar paso a agregados “para evitar la especulación de la tierra”, según pretendían asambleístas afines y funcionarios del régimen. También ha sido un acierto el envío de las ternas para conformar el Consejo de Participación Ciudadana provisional, encabezadas por figuras conocidas y respetadas.

El presidente vuelve a gozar de una momentánea tregua, tal como sucedió cuando asumió el poder. Pero, por cumplirse un año de gestión, será breve y aunque vuelve a acumular capital político, tampoco ha recibido un cheque en blanco. Cada vez habrá mayores presiones para que satisfaga a tantos descontentos.

Debería aprovechar la oportunidad para hacer un relanzamiento de su gobierno, un fresh start al decir de los norteamericanos. Una reestructuración amplia del gabinete ministerial sería deseable para reforzar áreas que no muestran cambio alguno respecto de la administración pasada.

Es el caso de Cancillería y del Frente Económico, donde se mantienen funcionarios del correísmo que son incapaces de procesar una visión renovada de su gestión. En el manejo político también se está necesitando con urgencia un operador que vincule de mejor manera al Ejecutivo con la Asamblea Nacional, donde el oficialismo ha perdido su mayoría y continúa imperando una suerte de desconcierto.

Luego de la pugna suscitada en Alianza PAIS por la convocatoria a la consulta, sigue siendo un enigma por qué las presidencias de comisiones legislativas clave siguen a cargo de correístas, como si nada sucediera. El titular de la Legislatura, José Serrano, se desentiende, manifestando que la solución podría ser conformar comisiones paralelas ad hoc que reflejen la nueva correlación de fuerzas.

Por cierto, no todo es negativo, y así como hay carteras morosas hay otras como las de Comercio Exterior e Hidrocarburos, que dan ejemplo de lo importante que es para un mandatario rodearse de buenos colaboradores que no provienen necesariamente de la cantera ideológica/partidista. Que sirva entonces de patrón para el necesario refrescamiento de filas.

Lenín está ante la encrucijada histórica de convertirse en un estadista o ser un mero presidente de transición, que cumplirá su periodo manteniendo la misma inercia en el manejo económico, sin impulsar el cambio basado en una visión más pragmática que demanda el sector productivo.

De ahí la importancia del Plan Económico que ha anunciado para la primera semana de marzo. La preocupación es que sea el relanzamiento del mismo modelo de desarrollo fracasado, con el repetido enfoque proteccionista y fiscalista, incapaz de entender los desafíos de una economía dolarizada y globalizada. (O)