Lenín Moreno ha dejado pasar sin gloria y con mucha pena la primera semana de su verdadero mandato. Como que nada hubiera sucedido, como que no hubiera obtenido un triunfo contundente, durante todos los días hábiles de la semana permaneció estático. No dio muestras de haber comprendido que el cambio de rumbo fue motor y esperanza para la mayoría que votó afirmativamente. Encerrado en el inmovilismo, que ha pasado a ser su estilo, ni siquiera comenzó por algo tan elemental como reestructurar su gabinete. Es cierto que lo esperable habría sido que sus integrantes presentaran la renuncia, pero si en las primeras horas no mostraron esa sensibilidad, no podía dejar pasar más de un día para tomar esa medida. Más que una señal simbólica es una condición básica. La ciudadanía que lo apoyó en la consulta habría agradecido que él, a su vez, agradeciera por sus servicios a unas cuantas personas y que presentara la nueva imagen de su gobierno.

Tampoco envió a la Asamblea la ley derogatoria que le exigía la pregunta sobre la plusvalía. Debería ser un texto de un párrafo, apenas dos frases, incluyendo las cortesías de rigor, que debía tenerlo listo desde el momento en que propuso la consulta. Se podrá argumentar que era necesario esperar a la entrega de los resultados oficiales por parte del Consejo Electoral, pero una vez que estos fueron presentados tampoco salió el documento desde Carondelet. Por el contrario, durante toda la semana el presidente permitió que circulara, sin desmentirla, la declaración de una ministra sobre el envío de una ley sustitutiva. El silencio presidencial llevó a suponer que esa sería la posición oficial y, con ello, reavivó las sospechas sobre el gatopardismo plebiscitario.

Se añadió la falta de decisión en el mandato de incrementar la zona intangible en el Yasuní. Esta política ni siquiera requería ser consultada y, por tanto, no había que esperar a los resultados oficiales. Era suficiente un simple acto administrativo, que pudo ser realizado en la mañana del lunes, antes de asistir al espectáculo fascistoide que dejó montado Correa. En general, en este y en los otros casos hay una diferencia enorme entre hacerlo a tiempo, cuando los votantes aún mantienen la curiosidad por saber cuál será el efecto de su decisión, que esperar a que el débil entusiasmo que caracterizó a esta consulta se enfríe y se transforme en decepción.

Si el inmovilismo ha sido la tónica en aspectos tan concretos como los mencionados, cabe preguntarse si acogerá de inmediato el principal mensaje político que encierran los resultados. Aunque estos obedecen a múltiples causas, como cualquier expresión de las preferencias de una colectividad, hay una que las engloba a todas. Es la apuesta por un rumbo diferente. Esta es una tarea que le corresponde no solamente al Gobierno, sino que involucra a todos los actores políticos y sociales, pero puede concretarse únicamente si él toma la iniciativa. Si aspira a ser el gobierno de todos, debe comprender que el mandato de la consulta no le da un plazo indefinido.

(O)