Cuando se le concedió en 2013 el premio Juan Montalvo a Iván Carvajal le dediqué una columna titulada ‘La voz de un hombre a solas’. No eran tiempos fáciles bajo el correísmo. El premio creado por la Asociación Ecuatoriana de Editores de Periódicos no tuvo más convocatorias. Aunque es una de las figuras intelectuales decisivas en el pensamiento literario de las últimas décadas, Carvajal fue sistemáticamente excluido de la difusión cultural implantada por el correísmo. Recordemos sobre mojado que se creó un Ministerio de Cultura que ha confundido arte y pensamiento con proselitismo, y ahora está por verse si seguirá así.

Carvajal fue siempre una voz crítica. En estos cinco años, jubilado el 2014 de su actividad docente en Literatura y Filosofía en la Universidad Católica de Quito, Carvajal se dedicó a viajar por América Latina y Europa. Viajes que, a su manera, implicaban un exilio no solo de la acritud correísta hacia las voces disidentes sino del silencio de las que se suponían voces intelectuales críticas. Carvajal estaba cansado y supongo que harto. Pero su salida fue provechosa. No pasó mucho tiempo para verlo nuevamente con plenitud de fuerzas. A su paso por Barcelona, se volvió un hábito estimulante reunirnos y conversar con almuerzos de larga sobremesa. Este diálogo también solemos tenerlo en Quito por mis viajes anuales. Aunque había publicado en 2004 uno de los libros decisivos para entender la poesía ecuatoriana del siglo XX, A la zaga del animal imposible, –y no menor es el ensayo ¿Volver a tener patria? incluido en el recopilatorio La cuadratura del círculo (2006)– a partir de 2015 volvieron sus publicaciones con el tomo de Poesía reunida (La Caracola, 2015), que reúne su obra poética publicada entre 1970 y 2004. Luego Universidad. Sentido y crítica (PUCE, 2016), y su libro reciente Trasiegos. Ensayos sobre poesía y crítica (La Caracola). Estos títulos evidencian un pensamiento –y por pensamiento incluyo también su poesía– que sugiere e invita a una lectura integrada y urgente de su obra.

El ensayo para Carvajal es el campo de batalla por las humanidades. También es el espacio en tensión en donde dejar que se decante el limo para ver en claro nuevos poemas.

Lo que siempre me ha interesado en el diálogo con Carvajal es la imbricación de arte y pensamiento, de un fuerte sentido estético que no abandona sus referentes, pero sin someterse a ellos. Diálogo que se enriquece en su último libro. Con creadores críticos como él se puede correr el riesgo de leerlo solo en una de sus facetas –la poética o la ensayística– y no tender los puentes debidos para ver correspondencias, retroalimentaciones o autocríticas. A estas alturas, la obra de Carvajal sigue la tradición de creadores-ensayistas de la que forman parte Eliot, Cernuda, Valente o latinoamericanos como Octavio Paz, Tomás Segovia, Ida Vitale o Guillermo Sucre. Consciente de esta tradición de la que es un lector minucioso –basta ver el ensayo dedicado a Luis Cernuda, incluido en Trasiegos–, Carvajal sabe que en tiempos difíciles para la literatura, esta no puede abandonar el campo, no porque no resista por sí misma, que resiste siempre, sino porque están bloqueados o viciados o son nulos los caminos de la recepción, es decir, la disposición para la interlocución con las obras y saber cómo leerlas en un mundo orientado a la tendencia utilitaria y la simplificación pragmática de los activismos de turno que poco comprenden la fuerza gratuita de la estética, que no da réditos inmediatos. Esto explica también el alto grado de reflexividad que hay en su poesía –ver sus poemarios Del avatar o La ofrenda del cerezo– pero también el manejo estilístico de la prosa. Incluso su libro dedicado a la universidad y las humanidades es un placer para la lectura. Placer que no consiste solo en la expresión bella, sino en la expresión necesaria para una crítica creativa. Por eso señala en Trasiegos que hay dos cuestiones esenciales en el poema: “la cuestión humana y la cuestión del lenguaje. En realidad, una y otra se imbrican, se conjugan: el poner como problema la condición humana, siempre dada como singularidad, conlleva el cuestionamiento de las ideologías y de las retóricas imperantes, es decir, implica la puesta en cuestión de los lenguajes”.

Y añade:

“La literatura es una fiesta del lenguaje liberado. La escritura y la lectura, en esa liberación, son apertura radical a la alteridad, a lo que adviene del pasado, a las posibilidades que fracasaron en el pasado, y a las posibilidades de futuro que se abren en el presente. En el mantenimiento de esta potencialidad liberadora está contenida la condición ‘democrática’ de la literatura, que excede los límites de la democracia realmente existente en el ámbito político contemporáneo, puesto que el poema no es concesivo con el lector: existe de un modo exigente, demanda participación del lector, apela a su libertad en el proceso de su recreación”.

Carvajal no eligió hacer con marfil su torre, sino con materiales de nuestro tiempo. Y no es torre egotista: es atalaya. Sabe que la palabra debe fajarse en distintas arenas, observar con largo alcance, abrir varios frentes y aprender de la interlocución. Vincular poesía, ensayo y docencia es una manera de revolver o verter –de ahí el verbo trasegar– la palabra con su época. No es una relación fácil, choca con purismos y variantes laicas de la teología. Pero precisamente por eso devela un “algo” real con un país menos tópico. Es la libertad de que lo poético sea fuerte frente a los referentes, sin que implique un descuido de la convención de una “realidad nacional”.

El ensayo para Carvajal es el campo de batalla por las humanidades. También es el espacio en tensión en donde dejar que se decante el limo para ver en claro nuevos poemas. El poema no es el pretendido y pobre reflejo u homenaje al mundo, enturbiado por él, sino un “acontecimiento del mundo”, y estará en relación con sus fuentes porque el limo, a la larga, deja hasta en las aguas más puras su residuo nutriente.

Este 2018, Carvajal cumple setenta años. Ha dado libros ineludibles. Es el momento de un reconocimiento nacional en toda regla. (O)