Un esquema político aparentemente simple tiende a volverse confuso. Y peligroso para los objetivos de la democratización. La apertura y la distensión, productos de la necesidad política del régimen, son insuficientes. Les falta profundidad y extensión. Además, ubicación. Por un lado, al Gobierno no le han servido para construir aliados sólidos y estables. Por otro lado, al régimen, los amagues de acuerdos le han servido solamente para manejar la crisis de Alianza PAIS, es decir, para auparlo como partido simultáneamente de gobierno y de oposición, que deja a la sociedad una situación de tercero excluido. Desarrollemos la primera parte de esta premisa. La segunda, la dejamos para otra entrega.

En el diagnóstico de actores –aliados y adversarios– el Gobierno determinó que sus aliados más fáciles y a los que más requiere a mediano plazo son los empresarios privados, por sus inversiones y por las divisas que generan, condición de posibilidad de la dolarización en un contexto de baja de la inversión pública. A ellos les entregaría el modelo económico en su vertiente exportadora, productiva y comercial, siempre que se sujeten a las políticas públicas, en cuya característica principal está el sostenimiento del gasto público, instrumento principal de la articulación política con la sociedad. No solo se trata de gasto social sino del gasto público para sostener la demanda, en especial de los nuevos ingresos medios.

En un esquema bastante básico, el régimen convocó a los empresarios privados de todos los tamaños y sectores, y creó las condiciones para que desplegaran su demanda in extenso. Una infinidad de demandas y opiniones acerca de la política pública fueron recibidas por un grupo de funcionarios encargados de generar puentes de confianza. Y llenaron importantes bandejas con demandas represadas de la década pasada y proyectos de sanación para el corto plazo. Así, los empresarios y los funcionarios gubernamentales confundieron unas mesas que en realidad fueron buzones de reclamos y depósitos de propuestas con mesas de concertación de política pública y escenarios para viabilizar los acuerdos.

La confusión se hizo evidente y nociva cuando los empresarios descubrieron que solamente habían sido escuchados para proveer insumos de una decisión de política pública que podría tomarse al margen de su demanda formal. Y el Gobierno se desayunó de la confusión cuando recibió por respuesta el rechazo de los empresarios ante las medidas económicas que anunció luego del diálogo con los empresarios. Hasta tanto, la sociedad estuvo mirando estos intercambios desde la galería, en especial los trabajadores, las organizaciones de la sociedad civil y los organismos representativos de los profesionales.

Lo evidente es que no basta sentarse a una mesa para que los acuerdos se logren sino que los acuerdos deben ser producidos, es decir, hay que trabajar sobre una materia prima –las demandas e intereses de empresarios, Gobierno y terceros actores–, transformar esas visiones y propuestas particulares –en intereses nacionales concordantes con las estrategias de los actores, incluyendo al Estado– y generar un producto que es distinto de las partes que intervinieron en su producción –y que sin embargo se reconocen en ese producto–. Entre la materia prima y los intereses hay una relación virtual y no formal. Esto es, que los acuerdos hacen que los actores se sientan representados en su esencia y forma nacional, aunque no figuren formalmente sus intereses.

Este es el rol de la política y de la metodología de concertación. Para lograr acuerdos no solo hace falta la voluntad de hacerlo y peor aún creer que solo sentándose en una mesa los consigue. Los acuerdos son un producto y la concertación es un proceso. El resto es ingenuidad. Por ello también es preciso el concurso de agentes o mediadores con cuyo grado de entrenamiento y profesionalidad puedan conducir los intercambios, con visión estratégica, de creación de ambientes de concertación y la producción de elementos comunes y compartidos en los que se afincan los acuerdos (léase que no digo consensos). Y que puedan manejar procesos, esto es, que comprendan que la concertación no es un solo acto sino que no se agota en ningún momento. Por ello es que todo proceso de concertación, vale lo que vale su sistema de seguimiento.

Al régimen, los amagues de acuerdos le han servido solamente para manejar la crisis de Alianza PAIS, es decir, para auparlo como partido simultáneamente de gobierno y de oposición, que deja a la sociedad una situación de tercero excluido.

Examinemos lo ocurrido en estos días. Hace varios meses el Gobierno llama a los empresarios para que expresen sus demandas acerca de la economía. Mi impresión, desde afuera, es que no presentó una agenda de corto, mediano y largo plazo, relativa a la coyuntura económica y al modelo económico. Es cierto que debían reconocerse tiempos y especificidades para que los niveles de esas agendas no se traben mutuamente. Y tener en cuenta que en el sustrato estaban estrechamente relacionados. El modelo y las medidas podían interactuar solamente desde un programa económico con metas claras y acordadas, incluyendo para ello un margen de variación acerca de los instrumentos. Esto que permite reconocer que el Gobierno no está conducido por los empresarios, pero que entre Gobierno y empresarios hay un margen de confianza, amparado en objetivos nacionales, para que continúe la negociación, que tiene en los costados a metas políticas e institucionales, y a visiones económicas diferentes pero compatibles. Por ello estamos sobre la misma barca buscando orientación a nuestro destino.

No solo no hubo agendas compartidas y una común para negociar, sino que se pensó que una vez desplegadas las demandas empresariales, el régimen podía sacar sus conclusiones autónomas. Lo que debe hacerlo. Sino que el empresariado debía sentirse necesariamente representado con las medidas. Lo que es demasiado voluntarismo.

Por un lado, se presentaron medidas que no están amparadas en un programa aceptado. Son medidas de una coherencia que hay que buscar. Lo que puede ser peligroso si la coherencia proviene solamente de la necesidad de extender una práctica inviable en la actualidad: sostener el consumo exclusivamente en el gasto estatal que no ha generado enlaces productivos en la década pasada, reducidas a la captación pública de ingresos. La fórmula clásica no funcionó, esto es, no solo se trata de crear consumo y eventualmente alguna exportación, sino enlaces productivos sustentables.

Por otro lado, la secuencia política que acompañaría a las medidas tampoco ha quedado clara. Si de lo que se trata es de acumular aceptación política mediante la consulta para luego adoptar medidas económicas, la simpleza suele no ser amiga de lo virtuoso. Hacer acuerdos primero con los empresarios y someter al resto de la sociedad a una incertidumbre, no parece ser una medida lejana a los clásicos clientelismos. Porque al fallar en la concertación con los empresarios (para discutir el modelo de productividad no tuvo interlocutores y se cayó el proceso) el régimen hizo evidente a los trabajadores que tal vez no deban ponerse en la cola para ser convocados, sino reconocer las falencias de todo el proceso. En fin…

(O)