La Real Academia Española de la lengua define el cinismo como “desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables”. También como “imprudencia, obscenidad descarada”, e incluso como “afectación de desaseo y grosería”.
El diccionario no aporta pistas sobre su aplicación al quehacer político, menos aún si se transforma en una herramienta para ganar elecciones.
El cierre abrupto de la frontera entre Venezuela y Colombia ha servido para mentir, justificar prácticas deplorables, y usar a los colombianos indocumentados que vivían en territorio venezolano como manantial de votos. Eso sí, tanto de un lado como del otro del puente Simón Bolívar.
La crisis fronteriza es la cuarta gran apuesta de marketing político de Nicolás Maduro en lo que va del año. La primera ha sido la guerra económica: responsabilizar al sector privado venezolano por la carestía de productos y la especulación como disparador de los precios, un argumento que no se traga el 80% de los electores consultados entre julio y agosto por encuestadoras independientes.
La segunda batalla tuvo lugar entre marzo, abril y mayo, y fue la campaña contra el decreto que firmó Barack Obama para sancionar a funcionarios venezolanos e identificar a Venezuela como una amenaza para la seguridad de Estados Unidos.
Le siguió la disputa con Guayana por la asignación de concesiones en aguas del Esequibo, una política alentada por la ambición de Hugo Chávez de ganarse los votos del Caribe anglosajón a cambio de ceder a Georgetown silenciosamente control sobre el territorio en diferendo. Este pleito ni siquiera repercutió en la venta de petróleo venezolano a precio preferencial a Guayana vía Petrocaribe.
Entre una ofensiva y otra, Maduro se toma la licencia de viajar a Asia y el Medio Oriente cada vez que puede, acompañado hasta por su hijo y nietos para que se hagan fotos postales en la muralla china, y convocar a otros países que sí ahorraron en las épocas de bonanza y que han invertido en la ampliación de sus industrias petroleras, a que produzcan menos crudo para cobrarlo más caro porque el primo pendenciero está en aprietos.
Agotado el argumento de que el empresariado es culpable hasta de que el Banco Central de Venezuela no publique las cifras de inflación y escasez, Maduro apela a una guerra contra el contrabando de extracción en la que no figura la guerrilla como actor armado irregular con presencia constante en el ecosistema de extorsiones y control territorial forzado y a pedazos de la frontera. Tampoco identifica a un solo militar venezolano como intermediario entre la gasolina subsidiada a dos centavos de dólar por litro y las mafias que la revenden en Cúcuta.
Ni hablar de la posibilidad de admitir que así como fue beneficioso para Hugo Chávez dar cédulas venezolanas a colombianos indocumentados justo antes de las elecciones de 2004 y 2008, hoy conviene atribuirle la reventa de productos regulados a cualquier colombiano que pueda ser borrado de las listas de ayudas sociales que el gobierno de Maduro debe financiar con el bolsillo más justo por la caída en los ingresos petroleros y la corrupción.
Del otro lado de la frontera, el que pudo pescó en el río revuelto. Ni Juan Manuel Santos en las épocas de abrazos con Maduro por las gestiones a favor de las conversaciones de paz con las FARC, ni Álvaro Uribe en su temporada de luna de miel con Chávez, demostraron el mayor interés por adecentar la vida en la frontera, contener la fuga de migrantes y grupos armados colombianos hacia Venezuela, o poner freno al contrabando de lo que diera platica a ese bolsón de colombianos desplazados por la violencia y la falta de empleo.
Uribe llegó a los municipios fronterizos con megáfono en mano para quitarle esos votos a Santos en los comicios regionales colombianos del 25 de octubre, y terminó arrollado por el apoyo que ahora los colombianos irremediablemente tienen que brindar al único que puede defenderlos de la humillación en foros internacionales.
Además de las innecesarias vejaciones sufridas por los deportados en este operativo, lo más penoso es que la polarización caló en la audiencia, al menos en Venezuela: los entrevistadores de campo en las encuestadoras reportan que más de uno se reconoce contento de que hayan “jodido a esos colombianos”.
A finales de septiembre, las mediciones de opinión pública reflejarán si a Maduro le resultó esta nueva estrategia para exculpar su responsabilidad frente a la crisis venezolana, o si tendrá que echar mano de otros simulacros de conflicto para amalgamar a su base en torno al terror a que la derecha paramilitar endógena imperialista asesina apátrida –y afines– acabe con el benévolo socialismo del siglo XXI. (O)
La crisis fronteriza es la cuarta gran apuesta de marketing político de Nicolás Maduro en lo que va del año.