Guasdualito es un pueblo de más de 100 mil habitantes, ubicado en el estado venezolano de Apure, a menos de 20 kilómetros de la frontera con Colombia. La ruptura de un dique que el propio Hugo Chávez pidió reconstruir hace más de una década, en una anegación similar, propició que este año la crecida de los ríos Sanare y Arauca inundara esta localidad el sábado 27 de junio. Más de 40 mil personas resultaron damnificadas o desplazadas por el agua.

Al día siguiente se celebraron las primarias del Partido Socialista Unido de Venezuela para escoger a los candidatos que postularán a las parlamentarias del 6 de diciembre. Todo el aparato de propaganda estatal se dedicó esa semana a celebrar la votación de 3,1 millones de electores, aunque por los pasillos del Parlamento los diputados oficialistas cuchicheaban que no sufragaron más de 800 mil.

A ese mismo gobierno que envió varios convoy de ayuda humanitaria a la Franja de Gaza a finales del año pasado, le tomó seis días decretar “emergencia integral” en Guasdualito –sea lo que sea que eso signifique–. Este año, Nicolás Maduro ha ido a Rusia (dos veces), Arabia Saudita (dos veces), China, Catar, Argelia, Irán y Cuba (al menos cuatro veces que se sepa oficialmente). A Roma y al Vaticano no llegó por una otitis. A casi dos semanas del desastre en el Alto Apure, Maduro no ha pisado Guasdualito.

Mientras los afectados denunciaban que las autoridades les vendían las bolsas de comida en lugar de repartirlas, el generalato y la Fuerza Armada venezolana se trajeaba con sus uniformes para celebrar 204 años de independencia, asistir a la ceremonia de ascensos, e incluso conmemorar los 40 años de graduación de Chávez de la Academia Militar, como si no hubiese fallecido en 2013. Aviones de guerra surcaron el cielo de Caracas el domingo 5 de julio, mientras los helicópteros militares enviados a Guasdualito no alcanzaban para trasladar suficientes suministros.

La tensión que Maduro creó con Colombia y Guyana al decretar las Zonas Operativas de Defensa Integral Marítimas e Insulares, y que terminaron por invadir las aguas de Surinam, Francia y Holanda en el Caribe, aparentemente se diluyó en una rectificación que, en lo inmediato, aborta el intento de amalgamar al electorado frente a enemigos externos para enmascarar un dólar que sobrepasó los 500 bolívares en el mercado negro, y evadir la aparición de cuerpos descuartizados o ajusticiados en cualquier vía pública, evidencia elocuente de la expansión del crimen organizado en Venezuela.

La coyuntura electoral de este año empujó a Maduro y a sus consejeros militares a recomponer un error estratégico cometido por Chávez: abandonar el litigio sobre el Esequibo bajo el pretexto de que la reclamación territorial era un odioso vestigio del colonialismo, que además le espantaba el apoyo de los países anglosajones del Caribe en los foros internacionales, según consejo del camarada Fidel Castro, el que históricamente se puso siempre de parte de Guyana en el diferendo con Venezuela. Debe ser que Chávez no leyó esa parte de la historia en la Academia Militar.

Más de 15 años de anuencia del fallecido expresidente a la repartición de concesiones en el Esequibo por parte del Gobierno guyanés no se recoge en dos días. Hoy no solo la estadounidense Exxon Mobil explora en las aguas de aquel territorio. Esta compañía trabaja en conjunto con Nexen Petroleum Guyana Limited, propiedad de China National Offshore Corporation, el mayor productor de petróleo y gas aguas afuera de China, también socia de Petróleos de Venezuela.

Levantada la huelga de hambre de Leopoldo López y desencajada por el cambio que hizo el árbitro electoral al reglamento de postulaciones a las parlamentarias –que obliga a que 40% de los aspirantes sean mujeres–, la oposición vuelve a enconcharse en las negociaciones internas para redefinir las candidaturas y se ausenta una vez más del apremiante debate cotidiano: inflación, escasez y criminalidad. Se lee rápido y corrido, pero esta combinación obliga a los venezolanos a enterrar a sus hijos a destiempo; a verlos migrar en busca de seguridad y prosperidad; y a resignarse a que el país esté dominado por la corrupción y la delincuencia.

En cualquier escenario el segundo semestre de 2015 será inestable para Venezuela. Si el oficialismo pierde la mayoría en la Asamblea Nacional, Maduro advierte que se sucederán “cosas muy graves” y ya se ofreció como el primero que saldrá a la calle para encabezar una “confrontación”. Si el Gobierno triunfa en comicios que levanten una mínima sospecha de fraude, el colapso del Estado de derecho derivará en ingobernabilidad. Si se aplazan las votaciones, la disidencia ganará la prueba que necesita para proclamar internacionalmente que no hay democracia en Venezuela. Y dentro del chavismo prosperarán las corrientes que repudian la gestión de Maduro y piden retomar la agenda de Chávez, aunque sea inaplicable sin su capital político y un petróleo a menos de 100 dólares por barril.

Liberar a López es una apuesta arriesgada. Aunque puede servir para dinamitar a la Mesa de la Unidad Democrática y minar el liderazgo que le queda a Capriles, quebrantará la moral del electorado chavista y terminará convirtiendo a López en un líder nacional. López, a su vez, no ha demostrado tener el talante de Nelson Mandela, así que parece improbable que anteponga la reconciliación a la venganza cuando salga de la cárcel.

La historia ha demostrado a los venezolanos que cuando se hace política sobre la base del odio y la revancha, solo se sostiene a través del miedo: miedo a ser liquidado por el otro, miedo a perder los privilegios, miedo incluso a lo que puede ocurrir si se llega al poder. Miedo a que la justicia reemplace a la impunidad y permita que todos convivamos juntos, sin que unos se impongan y se aprovechen de los demás. (O)

La historia ha demostrado a los venezolanos que cuando se hace política sobre la base del odio y la revancha, solo se sostiene a través del miedo: miedo a ser liquidado por el otro, miedo a perder los privilegios, miedo incluso a lo que puede ocurrir si se llega al poder.