Opinión internacional |
Por estos días, referentes intelectuales del chavismo cuestionan abiertamente el desempeño del presidente Nicolás Maduro en el gobierno. El sociólogo alemán Heinz Dieterich, autor del concepto de Socialismo del siglo XXI que acuñó Hugo Chávez para su proyecto, augura “meses contados” al tren ejecutivo si no da un “giro drástico” a su programa económico y su estrategia política. Dieterich y otros viejos colaboradores de Chávez que no dependen de subvenciones del Estado venezolano condenan el colapso de las finanzas nacionales como si se tratara de una maleza crecida en los últimos siete meses (desde las elecciones presidenciales de abril) y no de un árbol que sembró el propio Chávez con la profundización del modelo rentista y la instalación de un control cambiario en el 2003 que pasó de ser una medida temporal para mitigar los efectos del paro petrolero y se convirtió en una tenaza para controlar y limitar las actividades del sector privado.
Después de alimentar un capitalismo de Estado durante 15 años, empeñado en el acorralamiento de la pequeña y mediana empresa y eficiente en la expropiación de grandes capitales (muchos de ellos extranjeros), Maduro y el ala más radical del gabinete económico pretenden escudarse en la lucha contra la corrupción para cerrar las compuertas de una corriente que los desborda: la inflación y la escasez. Resuena en las largas colas que se forman en los supermercados, en foros de discusión en internet y en las infidencias que los empleados públicos y los militares activos se permiten hacer en círculos de confianza: “El país no aguanta más esta situación”.
Obstinado y miope, el gobierno apela a la amenaza de represión. Empala la cabeza de una veintena de ciudadanos que viajan con tarjetas de crédito de familiares y amigos para “raspar” 3.000 dólares a cambio oficial en el extranjero y subasta divisas que resultan insuficientes para la demanda de compradores, con la promesa de fiscalizar el uso de ese dinero. Como si no fuese suficiente la crisis ocasionada por el acoso a las fuentes internas de producción de los bienes y servicios que consumen los venezolanos, Maduro sucumbe a la tentación casi infantil de pretender que no se hable de estos asuntos y un día anuncia la creación del Centro Estratégico de Seguridad y Protección de la Patria, inicialmente con la intención declarada de controlar toda información que pudiera resultar relevante para la seguridad nacional, en especial la proveniente de actores privados para liquidar al “enemigo interno y externo”. El decreto que se imprimió finalmente suprimió los aspectos más polémicos por “fallas en los originales” y ahora la prensa y las organizaciones no gubernamentales intentan sobreponerse a la alerta y seguir adelante como si no estuvieran al tanto de que Miraflores tiene ganas de llevar al matadero a la libertad de expresión.
A medida que se profundiza en la psicología y los antecedentes de los dirigentes que conducen hoy el barco, el pronóstico se vuelve más desalentador. ¿Es el presidente de Venezuela un colombiano manipulado por los cubanos como una marioneta? Los compañeros de escuela de Maduro le atribuyen una precoz militancia política en movimientos de izquierda, que con frecuencia lo alejaba de las aulas y los deberes académicos. ¿Será por eso que no parece tener estructura intelectual para hilar un discurso sin pisarse la lengua o para comprender que la economía venezolana necesita un programa de ajustes que mientras más se aplace, más sacrificios acarreará para los ciudadanos? ¿Es Diosdado Cabello realmente la cabeza de los militares que exigen una salida acelerada del atolladero o afronta dificultades para unificar la estrategia a seguir dentro de los cuarteles? ¿Sus escenificaciones de autoritarismo en las plenarias del Parlamento bastan para borrar el estigma de corrupto que le atribuyen chavistas y no chavistas?
Mientras las quinielas se decantan por estos dos personajes, un tercer actor se advierte como protagonista en la pugna entre el chavismo ideológico-radical y el pragmático: Rafael Ramírez. Ministro de Energía y Petróleo y jefe de Petróleos de Venezuela, lleva en su bolsillo la llave de la caja negra de la industria petrolera. Domina la fuente de financiamiento de la revolución bolivariana desde hace once años, superó junto con Chávez el paro petrolero y siempre gozó del beneplácito del mandatario como uno de sus gestores más eficientes. Hoy vende la impresión de que se mantiene al margen de las disputas que enzarzan a sus camaradas de Gabinete. Convertido hace unos días en presidente del Consejo Nacional de Exportaciones, no parece haber candidato mejor dentro del Gabinete venezolano actual para flexibilizar el control de cambio, aumentar la gasolina y pedir prestado a financistas internacionales a cambio de acuerdos rentables con una industria petrolera que más temprano que tarde se verá obligada a aceptar que la beneficencia social no es sostenible sin aumentos de producción, inversión en infraestructura y freno a la corrupción que desangra el tesoro público.
Ramírez, el único venezolano que figura en la lista de los hombres más poderosos de la revista Forbes, es el tercer actor clave en la transición que atraviesa Venezuela.