Nota del Editor: El nombre del protagonista de esta noticia lo mantenemos en reserva por responsabilidad y respeto a la labor que realiza en beneficio de la sociedad en un momento en que la delincuencia es una amenaza permanente.


“La muerte llega a todos los seres humanos. Cuando te toca, ni aunque te quites, y cuando no te toca, ni aunque te pongas, el destino está marcado, nadie muere en las vísperas, antes de hora, todo está escrito o dicho para cumplir un objetivo en este mundo”. Este es el postulado del teniente de policía del Grupo de Intervención y Rescate (GIR) de 33 años de edad que desactivó el chaleco bomba que extorsionadores colocaron a un guardia de la joyería Oro Cash, en Sauces 9, en el norte de Guayaquil, el 9 de marzo pasado y a quien llamaremos Alejandro para proteger su identidad.

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El operativo que duró cuatro horas fue adrenalina pura, pero también le invadió el miedo. Cuando se colocaba el traje antiexplosivos llevaba a sus dos hijas y esposa en el pensamiento. Rezaba a Dios. El temor era no verlas crecer (tienen un año y tres años de edad), mas, no a la muerte, que parece perseguirle.

Mientras me ponía el casco estaba hablando con Dios, le decía que por favor me permita volver a estar con ellas, ver de nuevo a mi familia que son el tesoro más valioso”.

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El lema de Alejandro es fraguado en la experiencia, que incluye su participación en el operativo para rescatar a Rafael Correa del hospital de la Policía Nacional, el 30 de septiembre del 2010 en Quito, en medio de la revuelta policial que quedó escrita en la historia del Ecuador.

Froilán (Jiménez) muere de un disparo y hemos tenido compañeros a los que les han dado en el brazo, en la pierna, en la clavícula y no han fallecido. El mismo 30 de septiembre (del 2010) a dos les dieron disparos en la frente y las balas topan el casco, no les llegó y cuando nos llegue, pues hay que irnos contentos haciendo lo que más nos gusta en la vida, ser comando del GIR”, afirma.

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Su familia no conoce de antemano en los procedimientos que participa. Él mismo prefiere no decirles, del último operativo del chaleco bomba se enteraron tres días después cuando salió una noticia al respecto con su nombre.

“Contarles sería alterar y así hago mi trabajo más tranquilo. Mi mamá me llamó llorando, pero le dije que tranquila, que estamos entrenados para eso”.

Una vez que estaba con el equipo, solo el traje está valorado en 240.000 dólares y provee protección contra amenazas de explosiones, fragmentación, impacto y calor o llamas, pero no al 100 %, colocó su mente en blanco en busca de concentrarse.

En explosivos el primer error puede ser el último. En el caso del chaleco bomba del guardia se vio que se activaba con una llamada al celular, pero mientras no se verifique todo el dispositivo existe un sinnúmero de situaciones que pueden hacer detonar. Al encender el inhibidor de frecuencia lo único que se hace es evitar la entrada de las llamadas telefónicas, la más probable para activar, pero si era por alarma o temporizador no podía detener la explosión ya que eso está en la configuración del equipo que en ese caso estaba adherido al cuerpo del guardia”.

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El teniente cuando abordaba al guardia que tenía el chaleco bomba, el 9 de marzo pasado.

Las probabilidades para activar son diversas. De manera mecánica o manual. “El señor me conmovía mucho, su nerviosismo (se lo veía aterrado caminando de un lado a otro)”.

Los eventos con explosivos se clasifican en las categorías A, B o C., de acuerdo con el riesgo en las personas y en la infraestructura. El caso del guardia era el más grave ya que tenía la bomba adherida al cuerpo, es decir, clasificación a porque el riesgo era directo.

“En este tipo de eventos no es recomendable ni siquiera entrar con el traje (antiexplosivo), ya que se estará en contacto directo con material explosivo y a esa distancia, es imposible sobrevivir. El traje en sí ayuda a no ser desmembrado o que no se pierda la forma. Ingresé con él, pero ya dentro de la carpa me liberé de la parte superior y del casco porque embrutecen y entorpecen mis movimientos, no son tan finos y allí es como hacer una cirugía a corazón abierto o en el cerebro. Si toco un cable mal todo eso tipo de cosas pueden hacer activar”.

Las cargas explosivas estaban en la pierna, en el pecho. Las de esta última parte del cuerpo no se podían ver bien, eran cubiertas por cinta de embalaje, la que fue retirada, narra el teniente.

Mientras lo hacía se iban descartando las posibles causas de detonación, como la liberación de presión, es decir, que al retirar la cinta se active o por luz. Es al azar, al destino que para Alejandro está marcado.

Solo cerré los ojos, confié en Dios y desactivé. Uno va descartando por niveles los métodos de activación, entonces hay tensión al cien en todo momento, mientras se retira y desactiva. No puedo decir que el momento más temeroso fue cuando retiraba la cinta o cuando neutralicé la batería porque podría ser una carga que se activa cuando se baja la energía. Me relajé cuando le saqué el chaleco y lo dejé en el piso. Allí sí dije puede explotar, pero estamos a salvo”, relata.

La neutralización finalmente fue con la utilización de una pequeña carga de explosivos atacando la fuente de poder del chaleco bomba, que tenía 17 tacos de material explosivo. El traje antiexplosivos máximo soporta uno, entonces la explosión es una sentencia de muerte.

“En este tipo de eventos de clasificación a, uno es consciente que se va renunciando a la vida porque por cualquier circunstancia se puede activar y uno va a morir. Lo único que me ayuda es confiar en mi conocimiento, le pedía a Dios sabiduría para no equivocarme porque si lo hacía me moría yo y el guardia”.

Los policías de la Unidad de Explosivos del Grupo de Intervención y Rescate (GIR) se encargan de desactivar estos artefactos. Foto: CORTESÍA DEL GIR

El entrenamiento físico y psicológico para ser parte del GIR, unidad élite de la Policía que participa en operativos de alto riesgo como intervenciones tácticas, ayuda: “Como que no nos quebramos. En todos nuestros procedimientos sabemos que podemos perder la vida, pero estamos entrenados para no perderla. Estamos entrenados para ir y si hay que neutralizar o matar pues lo hacemos, pero no para morir. La muerte es lo único seguro que se tiene en la vida, por lo que nosotros tenemos un lema aquí, hoy es un buen día para matar, mas, no para morir”.

Las tareas del GIR atrajeron a Alejandro, quien postuló, ingresó y luego se especializó para ser parte de la Unidad de Explosivos. “En la formación como comando siempre nos dan fases de cada especialidad, cosas básicas en tiro, rescate, explosivos, de buceo. Después uno se especializa con lo que uno se identifique”.

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La inclinación fue hacia el área de explosivos que es muy sensible. “No todos la escogen por el riesgo que implica”, admite.

Ha visto de frente a la muerte en otros operativos del GIR, como cuando en junio del 2019 fue parte del pelotón de policías secuestrado en el interior del Centro de Privación Regional adjunto a la Penitenciaría del Litoral, en el norte de Guayaquil, complejo que alberga la mayor parte de reos del país.

En medio del secuestro los delincuentes asesinaron a alias el Cubano, quien fue decapitado e incinerado, hecho que fue la antesala de las masacres carcelarias que vendrían después.

Así asesinaron a alias ‘el Cubano’ en el Centro de Privación Regional

Una de las gráficas con la que la Unidad de Explosivos del Grupo de Intervención y Rescate (GIR) refleja el trabajo que realiza. Foto: CORTESÍA DEL GIR

Alejandro narra que estaban en la cárcel sin armas de fuego, ya que es prohibido tenerlas en los centros penitenciarios según la ley, solo tenían toletes, por lo que fueron sorprendidos por el grupo delictivo que les hizo retirar los chalecos antibalas, el que posteriormente asesinó a el Cubano.

“En ese caso no dependía de mí, no teníamos como defendernos, estuvimos como cinco horas secuestrados, fue desesperante. Llevaban pistolas, fusiles, fueron y le mataron y luego intentaron matarnos a nosotros, teníamos impotencia. Un comandante empezó a negociar con ellos y les convenció de que no nos maten. Allí sí vi la muerte mucho más cerca que en el operativo del chaleco bomba. Cosas como esa a uno le hacen insensible”, asegura.

Tras este último operativo el cansancio lo gobernó, que es el peor enemigo para mantener los nervios aplomados. “Uno de los principios cuando se trabaja con explosivos es mantener la calma y estar relajado porque el cuerpo cuando está bajo tensión crea una energía negativa que se llama la estática. Cuando uno destapa las cobijas salen chispitas o cuando se toca la puerta del coche coge como la corriente, esa energía tiene la fuerza necesaria para activar un explosivo, entonces no podemos tener esa energía estática”, dice Alejandro.

Hay casos como el de un uniformado que perdió un ojo porque se activó una carga detonante. “Presumimos que fue por la energía estática o en el ambiente porque todo estaba asegurado y de un momento a otro pum”.

En las últimas intervenciones para desactivar explosivos no se han dado resultados fatales. Alejandro y su equipo sigue con su trabajo que ahora es más demandado ante la ola de inseguridad que afecta al país. Dice que no se considera un héroe, pese a que con su labor pone en riesgo su vida para salvar a otros, pero agradece cuando le dicen que es valiente.

Si a mí me consideran un héroe, gracias, pero espero que el Estado, la Policía o alguien se preocupe por hacer un reconocimiento a mi equipo de trabajo, a mi unidad. Si hubiese muerto allí sí era el héroe y hubiesen tocado cornetas, pero como no fue así”, recalca. (I)