“Chamo” o “guagua” es la manera en la que Anaísca Aguilera llama a su hijo. Es la fusión de las palabras que se hablan en su casa tras varios años de estar en el país. Tiene 35 años, y es de nacionalidad venezolana.
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Llegó a Ecuador hace más de siete años por la situación interna crítica de su nación que no podía soportar más, contó.
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Vino con su esposo, dos hijos y otro nació en Ecuador. La situación al llegar, acotó, no estaba tan mala como lo es actualmente.
Ella sintió algo de xenofobia, pero se fue reduciendo, sostuvo, mientras el martes estaba en la Plaza Grande para recibir al líder opositor, Edmundo González Urrutia en Quito.
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Expresó que la situación para ellos ha empeorado debido a que la economía se ha desacelerado y no ha podido conseguir un empleo fijo. Ella trabaja de impulsadora, vendedora, promotora, en empleos temporales. Su esposo es albañil, electricista y hace de todo.
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Mencionó que hay percepciones equivocadas, pues hay ocasiones en que piensan que todos los venezolanos son “malos” debido a la emigración a otras naciones.
Acerca de su regularización, indicó que está legal dado que tiene la visa Virte, aunque debe renovarla, pues se caducará próximamente. La Virte es una visa de residencia temporal de excepción.
Ian, de seis años, es su hijo ecuatoriano. Está en segundo grado de escuela. Su esposo, venezolano también, fue el primero en llegar. Luego ella con sus dos hijos. Se embarazó en Ecuador y nació su tercer hijo.
La comida, las palabras y los hábitos son los que mantienen vivo de su país que las han unido con la cultura de Ecuador que los ha acogido.
Indicó que hay un equilibrio cultural. Chico, chamo, muchacho, son las palabras que usa para llamarlo sin olvidar el tradicional guagua ecuatoriano.
En las manos de Robert Rodríguez estaba una camiseta negra con la palabra Venezuela. La exhibía en la misma concentración de ciudadanos venezolanos que se reunieron en los exteriores del Palacio de Gobierno, en el centro de la ciudad.
Es vendedor informal. En Ecuador está desde 2017. Vino por tierra debido a la escasez que empezó a haber en Venezuela. Su trámite de regularización lo ha hecho en tres ocasiones, pero de manera temporal. Tendrá oportunidad de renovar su documento en 2026.
Él preferiría estar con documentos definitivos, pero no ha podido debido a que hay requisitos que no ha podido cumplir, argumentó. Para una visa permanente, uno de ellos es ser afiliado al Seguro Social.
Para él, eso ha sido lo más complicado en su proceso de regularización. Esto, adujo, por no tener un empleo estable.
Félida Medina, de 43 años, llegó al país con su familia. De Venezuela salieron su esposo y sus dos hijos desplazados, de 4 y 9 años, por la situación interna. Ocho años después, su último hijo se dice “ecuazolano”, una amalgama de ambas nacionalidades.
Para la renovación de visas Virte, el Ministerio de Relaciones Exteriores y Movilidad Humana informó que, a partir del 27 de septiembre del 2024, se habilitó en la plataforma eVISAS de la Cancillería ese servicio.
Esa secretaría de Estado explicó que fue establecido en el Acuerdo Ministerial n.º 95, para aquellas personas que mantengan una visa Virte vigente y se encuentren dentro de los 30 días previos a su vencimiento.
La visa Virte tiene una vigencia de dos años renovable por una ocasión, aunque la persona solicitante puede cambiar de categoría migratoria con el cumplimiento de requisitos.
Quien sí tiene residencia definitiva es John Guillén, de 34 años, quien llegó en 2016 desde Colombia vía terrestre.
Lo primero que hizo fue hacer los trámites para obtener la visa, proceso que se tardó unos dos meses. Tenía sus documentos como pasaporte, cédula en regla, y dinero.
Primero trabajaba vendiendo empanadas y después estuvo en una empresa de comida. Sus familiares hicieron el mismo trámite un año después de que él llegó. (I)