Por Marco Romero

El próximo 3 de noviembre los Estados Unidos culminarán una jornada electoral que ya está en curso. Es un proceso diferente, pues se desarrolla en el marco de los profundos impactos de la pandemia global del COVID 19, que ha contagiado a más de 8 millones de norteamericanos y provocado casi 220.000 fallecidos; ha generado una paralización económica brutal, la quiebra de un gran número de empresas y 22 millones de desempleados. La campaña electoral ha sido distinta y el voto por correo tendrá gran importancia. Los resultados de las encuestas dan una ventaja superior al 10 % al candidato demócrata Joe Biden. Muchos analistas dan por seguro ese resultado.

Sin embargo, considerando las particularidades del sistema electoral norteamericano, con los denominados “estados oscilantes”, cuya importancia electoral supera a su población, ya que asignan un elevado número de representantes al ganador, y cuya población suele desplazar sus preferencias electorales, además de que existe un alto porcentaje de indecisos; incluyen, entre otros, a Florida, Arizona y Georgia. En ellos se está concentrando la campaña. La coyuntura económica y social provocada por la pandemia, la personalidad del presidente Trump, que busca a toda costa un segundo mandato, no puede descartarse algún acto espectacular o decisión inesperada, que busque revertir en su favor las tendencias electorales y desmentir nuevamente a las encuestas y pronósticos. Muchos apuntan a que un resultado favorable a Biden no sería tampoco muy holgado.

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Muchas veces se menciona que la siguiente elección es histórica y crucial, ya que va a marcar el futuro no solo de los Estados Unidos, sino del conjunto del mundo; se considera lo que significarían cuatro años más de una política de confrontación y de ruptura, como la aplicada por Trump, que ha modificado los parámetros tradicionales del manejo de la política, tanto exterior como doméstica, marcada también por el ataque a las organizaciones internacionales y un accionar unilateral. Incluso parece haberse debilitado la histórica convergencia de los mandatarios norteamericanos, republicanos o demócratas, en torno a un conjunto de temas en los cuales tienden a coincidir, ya que representan los intereses “comunes” del establishment económico y político que prevalece en Washington. Temas como el comercio, la seguridad, los derechos civiles y la migración enfrentan hoy serios debates, en un marco del exacerbamiento de los debates y la polarización de la población.

Cualquiera que sea el próximo presidente de los Estados Unidos, la preocupación por el ascenso de China, la creciente afirmación de su poderío económico y estratégico, en el ámbito regional y sus proyecciones globales, ocupará un lugar destacado en la agenda de política exterior norteamericana; muy probablemente los cambios serían principalmente de estilo y de las formas de manejar el enfrentamiento y las diferencias.

América Latina mantendría un lugar de menor relevancia dentro de dicha agenda, sea con Trump o con Biden; su pérdida de relevancia estratégica viene desde comienzos del siglo, cuando en un marco de pos Guerra Fría, Estados Unidos redefine sus prioridades, centrándose en el terrorismo y las disputas geopolíticas. Solo el narcotráfico y la migración colocan a la región en el radar norteamericano; consecuentemente ocupan los primeros lugares México y el denominado “triángulo norte” de Centroamérica, así como un pequeño número de países suramericanos.

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Desde América Latina son los temas comerciales y la política migratoria norteamericana sus prioridades, ambas como salida a sus altos niveles de desempleo y por la creciente importancia que han adquirido las remesas que sus ciudadanos envían a sus familias; son uno de los principales rubros de ingreso de divisas para muchos países; y, un alivio para las carencias de sus políticas sociales, especialmente hacia poblaciones de regiones y sectores pauperizados.

El discurso antiinmigrante, apuesta que le dio el triunfo a Trump en el 2016, se sustentó en presentar a los inmigrantes como una seria amenaza para la población blanca de las regiones empobrecidas de los Estados Unidos, para los empleos, pero también la seguridad e incluso de la cultura, puesto que se los asociaba con los flujos de narcotráfico y la creciente violencia urbana.

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La promesa de Trump, de construir un muro en su frontera sur, se adelantó pero no pudo concluirse por los problemas para conseguir los fondos necesarios. Eso no impidió que su gobierno dicte una serie de medidas para detener a los migrantes y expulsarlos, dentro de una política hostil y cargada de racismo y prejuicios.

Esos “logros” han sido destacados en la campaña, matizados con ciertas ofertas para atraer al voto latino; su reelección confirmaría y redoblaría esa orientación. Biden, por su parte, ofrece detener la construcción del muro, aplicar las tecnologías avanzadas para el control de las fronteras y retomar los “valores norteamericanos” en su política migratoria. Parece difícil revertir todos los trastornos que Trump ha provocado en este tema. (O)

Marco Romero Cevallos es máster en Sistemas Financieros y Desarrollo por la Université Paris I, Panthéon Sorbonne; máster en Economía y Política Internacional, Centro de Investigación y Docencia Económica, México D. F.; doctor en Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de Rosario. Actualmente es el director del Área Académica de Estudios Sociales y Globales de la Universidad Andina Simón Bolívar.