En estas fechas, una misma reunión puede concentrar formas muy distintas de entender el encuentro. Las diferencias no siempre se expresan en palabras, pero se notan en los horarios, en los rituales que se sostienen, en los que se transforman y en la manera en que cada persona se relaciona con el recuerdo y el presente.
La psicóloga Thayri Cadena explica que la raíz de estas diferencias está en la memoria emocional construida en la infancia. “La Navidad muchas veces puede traer consigo recuerdos acerca de lo que cada persona sintió en su infancia”, señala, y a partir de ahí describe tendencias generacionales:
Una generación X marcada por estructuras claras y rituales repetidos; millennials atravesados por cambios y transiciones familiares; y una generación Z que creció con mayor flexibilidad.
Publicidad
Estas memorias influyen en cómo cada grupo se posiciona frente a la celebración actual. “Defender ‘mi Navidad’ es, en el fondo, defender un tiempo en el que uno se sintió cuidado, incluido, seguro o parte de algo”, explica Cadena. El conflicto aparece cuando esa defensa no deja espacio para otras formas de vivirlo.
¿Cómo vive cada generación las fiestas?
Esa tensión se refleja en los testimonios recogidos para este artículo. Desde la generación X, Marcela Quiñónez, de 45 años, vincula estas fechas con la atención al detalle y la memoria del otro. A lo largo del año escucha, registra gustos y comentarios, y en diciembre transforma esa información en gestos concretos. Para ella, recordar algo que alguien mencionó meses atrás y entregarlo en estas fechas funciona como una forma de reconocimiento.
Marcela también se reconoce como parte de una generación atravesada por la añoranza. Evoca cómo se vivía la celebración en distintas etapas y cómo esos recuerdos siguen influyendo en la forma en que hoy intenta reunir a su familia. Aunque reconoce que sus hijos tienen otros intereses , busca generar espacios compartidos que mantengan ese tiempo en común.
Publicidad
Desde otro lugar, la generación Z vive estas fechas con una relación distinta con la expectativa. Sonia Cedeño, de 23 años, recuerda la emoción intensa de la infancia, cuando se contaban los días para que llegara la fecha. Hoy, esa sensación cambió. El foco ya no está en recibir, sino en dar y compartir desde otra lógica. Sonia convive con generaciones mayores, en su trabajo, en sus círculo de amigos y también reconoce diferencias claras en las costumbres. Observa que la tecnología atraviesa la experiencia de los más jóvenes y que muchos rituales se acortan o se adaptan.
Horarios más tempranos, celebraciones más breves y un vínculo distinto con tradiciones que antes se sostenían por más tiempo. Entre ambos extremos se ubican los millennials, que suelen asumir un rol intermedio.
Publicidad
Pablo Arosemena, de 34 años, explica que su generación aún prioriza reunirse, aunque ya no siempre bajo las mismas reglas. Compartir una mesa, aunque sea más pequeña, y repetir ciertas tradiciones heredadas sigue teniendo valor, incluso cuando la vida adulta impone distancia o agendas más complejas. A diferencia de la generación X, los millennials adoptaron una postura más flexible frente a los formatos.
El día, la hora o el menú pueden variar. Frente a la generación Z, la nostalgia sigue siendo un motor. Existe un esfuerzo por sostener el encuentro, aun cuando el cansancio o las responsabilidades pesan.
Desde la psicología, Priscila Miranda Samaniego explica que estas diferencias se reflejan en otro aspecto. “Hoy, los roles ya no vienen asignados por defecto, sino que se negocian y se mezclan, creando una dinámica colaborativa donde cada generación aporta desde su fortaleza”, señala.
En ese esquema, la generación X suele sostener la continuidad, los millennials median y la generación Z aporta nuevas formas de conexión, especialmente a través de lo digital. Las tensiones aparecen cuando cada grupo defiende lo que considera central. “El reto emocional es grande: los mayores pueden sentir que pierden su mundo, y los jóvenes, que su voz no es escuchada”, explica Miranda.
Publicidad
A esto se suman factores como el tiempo limitado, las exigencias laborales, las redes sociales: “La videollamada ya no es un extra; es el nuevo altar familiar”, afirma, al referirse a cómo la distancia redefine el estar juntos. Cuando los rituales se sostienen sin diálogo, emergen fuertes emociones.
“Detrás de la insistencia en un ritual que se repite por inercia, suele latir un duelo silencioso”, advierte.
Recordar, esperar y vivir: sentimientos que resurgen en la Navidad
Nostalgia, culpa o desconexión atraviesan a cada generación de forma distinta, lo que hace necesario revisar qué se conserva y qué se adapta. Para Thayri Cadena, el punto común aparece cuando se reconoce que no existe una sola forma correcta de vivir estas fechas. “No se trata de repetir exactamente el pasado, pero tampoco de eliminarlo, sino de usarlo como base para construir encuentros más auténticos en el presente”, señala.
En ese equilibrio, las diferencias no desaparecen, pero con esfuerzo dentro del núcleo social se puede llegar acuerdos que hagan amena la convivencia y no interrumpan el objetivo de una reunión navideña, que es compartir tradiciones y momentos con seres queridos. (E)































