Los navegantes portugueses que llegaron a sus costas en la primera mitad del siglo XVI lo llamaron Japón, deformación fonética de Nipón, su nombre aborigen, que significa país del sol naciente. El mito fundacional da cuenta de que una pareja de hermanos Izanagi e Izanami desde el cielo hundieron una lanza enjoyada en el mar, cayendo 4.223 gotas que componen igual número de islas del archipiélago de Lejano Oriente. Aprendiendo la cópula de los renacuajos originaron la raza japonesa, que, desde el punto de vista etnográfico, al margen de fábulas, está compuesto por un linaje blanco primitivo proveniente del norte de China, uno amarillo mongol llegado de Corea hacia el siglo VI a. C., y otro oscuro, malayo o indonesio, difundido posteriormente desde las islas del sur.

Su historia

Puede resumirse en tres actos. El primero, descontando el periodo legendario, es el Japón clásico budista (522-1603), que dejando atrás su pasado como rústico pueblo de pescadores se civilizó merced al influjo de sus vecinos más cultos: chinos y coreanos. El segundo es el Japón pacífico y feudal de los shogunes Tokunaga (1603-1853), que se caracterizó por el aislamiento y muy poco contacto con el exterior, que desarrolló su agricultura junto al arte y la filosofía nativos. El tercero es del Japón abierto al mundo desde 1853, a raíz de la presión de una flota norteamericana, que significó su rápida occidentalización tecnológica, sirviendo de ejemplo de modernidad al resto de naciones asiáticas.

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Del culto a los antepasados de la familia surgió como religión El Shinto o Camino de los Dioses, que se extendería a caudillos de clanes y como liturgia de Estado a renombrados emperadores y dioses fundadores. El budismo, que ingresó de China, inició una rápida conquista adaptándose a su credo ancestral y a una idiosincrasia afín a la inmortalidad del alma. El cristianismo ingresaría de la mano del jesuita Francisco Xavier en 1549 y si bien gozó de una amplia acogida, el promover costumbres foráneas como la rigurosa monogamia determinó su draconiana expulsión en 1614.

La tradición del emperador como autoridad unificadora se remonta a la invasión coreana de hace 2.600 años; desde entonces ha sido considerado como un Tenno o “Hijo del Cielo” con una majestad divina que empezaría a menguar en el siglo X con el fortalecimiento de los daimos o señores feudales que tenían a su servicio a los samuráis u “hombres de espada”, cuya irrupción transformaría el Japón de la Edad Media hasta tiempos modernos.

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La lucha de Youshitsune samurái, gran guerrero popular en la tradición japonesa. Creado por Bayard tras la pintura de un autor japonés desconocido, publicado en Le Tour du Monde, París, 1867. Foto: Shutterstock

Estaban regidos por el Bushido o “Camino del Guerrero”, que definía como principal virtud “la facultad de adoptar sin vacilar una determinada línea de conducta de acuerdo con la razón; de morir cuando es justo morir; de herir cuando es justo herir.” Tenían el hábito de soportar en silencio el sufrimiento, reprimiendo cualquier manifestación emotiva. El samurái no reconocía otra lealtad que a su jefe, una ley superior al amor del padre al hijo. Su espada debía tener suficiente filo para cortar de tajo a un hombre en dos, desde la cabeza hasta el torso inferior; los artesanos japoneses consideraban su hoja superior a aquellas de Toledo o Damasco.

La ley suprema del Bushido era el harakiri o “corte de vientre” ante una eventual falta al código de honor, que era un acto prohibido para los plebeyos. Solía estar asistido por un colega que se ocupaba de una decapitación postrera, según el ritual. Las mujeres podían practicar el jigaki como protesta a una ofensa, que consistía en clavarse una daga en la garganta, de golpe.

Con el debilitamiento del poder imperial, surgió el shogun, un regente o dictador militar, que ejercía la autoridad a nombre del Tenno. El más famoso sería Hideyosi, quien sería sucedido por su lugarteniente Iyeyasu, encargado de instaurar un shogunato hereditario que relegó al emperador a un rol meramente simbólico, recluido en su palacio, rodeado de mujeres y dedicado al ocio. En este ambiente cortesano de época surgiría la geisha, una persona (sha) capaz de actuar artísticamente (gei), que dominaba la técnica de la literatura como del amor, de modo que su sensualidad se matizaba con poesía.

Este régimen de los shogunes omnipotentes se prolongaría por dos siglos y medio hasta el advenimiento de la era Meiji, la “época de la luz”, cuyo punto de quiebre fue la revolución de 1867 encabezada por el joven y enérgico Tenno Mitsui-Hito, que tuvo por principal objetivo impulsar la modernización del Japón para convertirlo en potencia mundial.

Con semejante visión, se importaron ingleses a fin de construir ferrocarriles, telégrafos y su nueva flota; franceses para revisar sus leyes y adiestrar al ejército; alemanes con la misión de organizar la sanidad pública; norteamericanos encargados de establecer un sistema de enseñanza universal; e italianos para instruir sobre la pintura y escultura europeas.

Vista del horizonte de Tokio con el Templo Senso-ji y el árbol del cielo de Tokio en el crepúsculo de Japón. Foto: Shutterstock

Generalidades

Las míticas gotas de agua son en verdad una pléyade de islas volcánicas que, en la zona más sísmica del mundo, tienen extensas playas expuestas al tsunami u ola de puerto. Poseen el típico clima de una región insular, barrida por vientos cálidos del sur que se mezclan con el aire frío de sus altas montañas, originando un clima nuboso de abundantes lluvias, con ríos cortos y rápidos, y una vegetación rebosante de hermosos paisajes. Por ancestro su pueblo es amante de la naturaleza y sus expresiones más coloridas como flores y pájaros, motivos frecuentes en su arte pictórico y eventualmente poético.

“El japonés típico tiene todas las cualidades del guerrero: pugnacidad y bravura y una prontitud sin rival para la muerte; sin embargo, muy a menudo, tiene alma de artista: sensual, impresionable y casi instintivamente dotado de buen gusto. Es sobrio y enemigo de la ostentación, laborioso y frugal, indagador, leal y paciente, con una heroica capacidad para el detalle …tiene una mentalidad ágil, no muy creadora en la esfera del pensamiento, pero capaz de una pronta comprensión, adaptación y realización práctica”, resume con maestría el orientalista norteamericano Will Durant.

La primera mitad del siglo XX estuvo marcada por el agresivo militarismo japonés en el continente asiático, en procura de materias primas y mercados para su pujante industria. Después de su victoria en la guerra con Rusia en 1905, que le brindó su anhelado estatus de potencia, se atrevió a conquistar Corea en 1910, manteniéndola como protectorado hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. En 1931 conquistó Manchuria y poco después la mitad de la China. Al negarse Estados Unidos a reconocer su dominio se alió con el Eje junto a Alemania e Italia; sería una alianza condenada al fracaso.

La rendición incondicional de Japón al cabo del estallido de dos bombas atómicas en agosto de 1945 tendría la sola excepción de mantener en el trono al emperador Hirohito, heredero de una milenaria dinastía que acreditaba en línea directa 124 generaciones. Desde entonces el país del sol naciente es el mejor aliado norteamericano en una región donde se interponen los más complejos intereses de la geopolítica mundial.