A los 12 años de edad, en 1888, Ismael Pérez Pazmiño se iniciaba como periodista a través de la entusiasta publicación de El Martillo y El Rifle, sus primeros “periodiquillos garrapateados autográficamente desde el aula del colegio el segundo de ellos”, explicó en una de sus memorias.

Desde entonces no se detuvo en esa actividad, llegando a participar en un total de 30 medios impresos (en unos como colaborador y otros como director) hasta que en 1921 fundó Diario EL UNIVERSO, cuya primera edición circuló el 16 de septiembre de ese año, convirtiéndose además en su primer director, lo cual significó renunciar definitivamente a catorce años de actividades como industrial.

En la planta baja de un edificio ubicado en Chimborazo 1310 entre Vélez y Luque, este machaleño ya radicado en Guayaquil también fue su primerísimo primer periodista, ya que se desarrolló como un “escritor inquieto en su espíritu por la biografía, por la reflexión filosófica no exenta de humor y hasta de una ironía picante y certera”, según lo describió su colega Ignacio Carvallo Castillo.

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Ismael Pérez Pazmiño (centro), fundador del diario EL UNIVERSO, en reunión con personas no identificadas. Foto: Archivo Histórico del Guayas / Libro 'Remembranzas de Guayaquil'.

En 1924, las instalaciones se trasladaron posteriormente a su casa familiar, en la esquina noroeste de Boyacá 1714 y Sucre. Y ocho años después, en 1932, se inauguró la sede en el templo masón, ubicado en Escobedo 1204 y 9 de Octubre, donde permaneció casi 62 años, hasta que en 1993 EL UNIVERSO comenzó a funcionar en su actual planta sobre la avenida Domingo Comín, en el sur de la ciudad.

Sede de EL UNIVERSO en Boyacá 1714 y y Sucre (1924).

Siempre con la palabra

Don Ismael, como solían llamarlo sus colaboradores, consideraba que para ser un verdadero periodista debía dedicarse con pasión a la escritura, ya que creía que solo en la palabra impresa reposaba la herramienta máxima de esta digna profesión. Por ello admiró el talento y grandeza moral de personajes como Juan Benigno Vela, Manuel J. Calle, Nicolás Jiménez, Rosa Borja de Icaza, José Antonio Campos, por citar algunos.

Aunque quizás Juan Montalvo sea su referente profesional máximo y de quien provino una frase que constituyó uno de sus grandes faros intelectuales: “Escritor cuyo fin no sea de provecho para sus semejantes, les hará un bien con tirar su pluma al fuego”.

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Ismael Pérez Pazmiño (centro) en compañía de Franklin Pérez Castro (hijo), Carlos Pérez Perasso (nieto) y Carmen Julia Descalzi Pérez.

Ismael Pérez Pazmiño escribió… y lo hizo con devoción absoluta por considerar que el quijotesco oficio de la comunicación social, tal como lo consideraba también Montalvo, le llegó introducido en el cuerpo desde su nacimiento, como si fuera el hígado, el páncreas o el mismísimo corazón.

“Nadie puede hacerse periodista como puede hacerse la barba o el tocado”, o como “las que se hacen blondas por el agua oxigenada”, señaló sobre esta vocación que defendió desde varios frentes. Por ejemplo, de forma interna al promover la unión voluntaria de sus colegas a través de una asociación gremial que exalte la libre expresión del pensamiento, por lo cual el 4 de mayo de 1936 fundó el Círculo de Periodistas del Guayas, entidad que permanece hasta la actualidad. Y de manera externa a través de sus repetidos viajes por Europa y Sudamérica, en cuyas ciudades solía ser objeto de honores y entrevistas por iniciativa de todo tipo de periódicos al ser considerado un elevado exponente del periodismo ecuatoriano y de América Latina.

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Sin embargo, gran parte de su legado reposa en su palabra escrita, en sus ideas perpetuadas sobre el papel, lo cual ahora nos permite sumergir en breves extractos de su extensa producción intelectual y, por ende, de sus valores como ser humano.

Portada de la primera edición de EL UNIVERSO, del 16 de septiembre de 1921.

La prensa. “En todas partes, la prensa es no solamente el reflejo de la opinión pública, como algunos lo creen con criterio deficiente, sino, además, directriz de rumbos, zapadora del pensar colectivo y creadora del progreso fiscal que acusa, el juez que condena; el resorte moral que crea nexos de simpatía y solidaridad entre los pueblos; la fuerza que brega sin desmayos ni pusilánimes transigencias ni pecaminosos convenios con los déspotas, y más bien contra ellos, por el imperio de las libertades, por el respeto de todos los derechos”.

Valorar lo nuestro. “Yo opino que nuestra prensa debe reaccionar hacia lo propio, hacia lo nacional. Y a este propósito llamo la atención de los escritores ecuatorianos, a nuestros críticos más documentados. Debe realizarse una propaganda intensa, con vista a nuestros propios valores, que los tenemos en crecido número, inculcando en nuestro pueblo el anhelo de leer, de conocer lo que han escrito los viejos precursores y maestros… Hace falta despertar el amor hacia lo propio” (marzo, 1935).

Ética periodística. “Yo creo que los periodistas deberían ser clasificados, como puede hacerse con otros profesionales, en varias categorías, desde el punto de vista de la preparación cultural y el talento de que estén dotados para realizar una obra más o menos eficiente como factores ilustrativos y culturales de las masas. Dentro de las especificaciones cabrían especificaciones de orden moral o ético que traen consigo condiciones innatas del espíritu o asimiladas desde la más tierna edad del hombre: condiciones que persisten y prevalecen en la conducta general del individuo caracterizándolo, y que son las que hacen menos difícil que un bribón se corrija, antes que un hombre honrado se pierda a sí propio el respeto ejecutando una acción indecorosa. En este punto, el periodista es el hombre”.

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Fin máximo. “Toda obra de prensa es grande si es que ella se realiza consciente y sinceramente, y si se inspira en el bien de nuestros semejantes; y un papel impreso que marcha de espaldas a estas normas de cajón, vulgares por ser sabidas, puede llamarse a sí mismo como le plazca, pero no será órgano de prensa, la obra que realice no será periodística…”. (febrero, 1934).

El orgullo del periódico. “La gran lumbrera del universo (el sol) es la primera en dar los ‘buenos días’ al hombre con el esplendor de sus cálidos rayos matinales. No bien despierta él de su lecho, mira los hilos de luz diáfana y reconfortante que se filtran por entre los resquicios o a través de los cristales de sus habitaciones, inundándolos de alegría y de vitalidad nueva. Así el periódico sensacional y lleno de noticias y comentarios palpitantes es el primero también en presentar a los lectores el cotidiano saludo con la abundancia y diafanidad de sus informaciones y juicios saturados de sana doctrina, de saludables enseñanzas, de novedades y perspectivas que exaltan la mente y llenan de alegría el corazón”.

Defender la libertad. “La libertad y todos los bienes morales que ha menester disfrutar ampliamente el hombre para el desenvolvimiento armónico y pleno de sus facultades y para el cumplimiento de sus destinos son un patrimonio de la humanidad, un regalo precioso, de los civilizadores, libertadores y mártires que constelan los siglos. A ellos les debemos todo aquel tesoro que a diario atisban los tiranos y concupiscentes del poder, para menoscabarlo o desnaturalizarlo, con detrimento del progreso. Obligación de todos, particularmente de los que manejan una pluma, es defender, como se pueda, aquel legado incomparable”.

Viajar para crecer. “El hombre está llamado a ser ciudadano del mundo, ejercitando todas las garantías inmanentes e inherentes a su naturaleza, a las condiciones de su existencia y al ejercicio y expansión de sus actividades; de otra suerte, su existencia se identificará con la de los vegetales, que nacen, viven y se reproducen adheridos a perpetuidad al suelo, estáticos e intrascendentes”.

La verdadera defensa de la patria. “No se ama a la madre solidarizándose con sus errores e injusticias, halagando su orgullo, fomentando su crueldad, sino, más bien, contribuyendo a suavizar esas injusticias a hacer menos dolorosos los efectos del extravío de su razón. Nada puede justificar el abuso, coartar el derecho de los pueblos adultos a darse gobiernos propios, a laborar por sí mismos a su bienestar, a crearse una felicidad a su manera, arrojando de sus cabezas las coyundas que los empequeñecen y envilecen”.

Sana devoción por el trabajo. “Con sinceridad y amor a la humanidad, cada cual pudiera hacer de su profesión u oficio una especie de culto. De esta suerte todos los hombres sobresaldrían en su rol respectivo, irían más rectamente hacia su perfeccionamiento, y el trabajo sería la religión que los vincularía unos a otros como a miembros de una sola familia diseminada en hogar universal”.

“¿Deseas que tu obra surja y ascienda a la cumbre del éxito, como una bandera en triunfo? Ámala como carne de tu carne, como sangre de la tuya. Estúdiala, corrígela, púlela sin reposo. Anhela cada día, cual hijo tuyo, algo mejor. Y tu obra triunfará radiante, disipando las sombras de la intriga, del odio, de la envidia y del olvido”.

Callar con inteligencia. “Dudar, se ha dicho, es comenzar a ser sabio. También lo es –pienso– saber callar. Cuántos y… cuántas se perdieron por hablar. Por hablar demasiado o inoportunamente. Hablar con corrección es, más que cuestión de aprendizaje, materia de educación; pero el saber callar a tiempo es cuestión de sentido filosófico, de tacto comercial, político, social, etc. Se calla por prudencia, por tolerancia a las ajenas flaquezas, por respeto a los ancianos, a los demás”.

La propia felicidad. “La mayoría de los hombres se quejan de su suerte, debiendo más bien ser ella, si esto fuera posible, la quejosa de la conducta general del hombre. Este ansía vivir saludable e ingiere alcohol y usa tabaco y otras sustancias que destruyen el cuerpo, abaten el espíritu y minan la existencia… Se angustia con la idea constante de defenderse de los males, a veces ficticios, que lo cercan; pero casi nadie, por otra parte, se aviene con la aspiración concreta de su propia felicidad, sino que a pretexto de realizar la dicha del prójimo, cada cual acecha al vecino y todos tienen que vivir alerta, o dormir con un ojo abierto. Es así como el mundo simula un campo de batalla minado por todas partes y sembrado de escollos que tornan al hombre desconfiado, y a ratos, duro con sus semejantes”.

Ser ordenado. “Muchos amigos de la lectura recordarán el valor y la trascendencia de las enseñanzas de (Andrew) Carnegie, aquel multimillonario observador, sentencioso y sugestivo, que sirvió con su fortuna desde diversos planos y en mil formas a la humanidad… De este millonario sajón es la anécdota tan conocida del joven que fue a pedirle trabajo. Carnegie lo hizo pasar y le ofreció asiento. Luego le brindó un cigarrillo, se lo llevó a la boca y le pidió un fósforo. El visitante recorrió en repetidos y apurados tanteos todos sus bolsillos y, en el último que se registró, pudo encontrarse la cajeta de cerillas. El magnate, que lo había observado sonriente, se limitó a darle unos consejos, y al final le dijo: Mientras usted no aprenda a ser ordenado no encontrará trabajo estable en ninguna parte ni le será fácil triunfar en los negocios.

Aprovechar las circunstancias. “Mr. (Henry) Ford se expresa así: “El éxito no se conquista ateniéndose a los veleidosos caprichos de la suerte ni tampoco luchando a brazo partido con el mundo que nos rodea; porque el triunfo no se consigue venciendo a nuestros semejantes ni esforzándose porque otros fracasen en sus propósitos. Es amoldándonos a las circunstancias del medio y respetando los derechos del prójimo cuando nos es dable aspirar a que no resulte completamente estéril nuestro paso por la vida”. También habla del matrimonio y, entre otras cosas, opina que la intuición de la mujer es tan superior a la del hombre que hasta que se haya encontrado una esposa no puede decirse que la mentalidad de este ha alcanzado su máximo desarrollo. Y termina con esta suprema verdad: “Un matrimonio feliz es el primer peldaño de la escalera que conduce al triunfo de los negocios”.

El bien de esta patria querida. “Para todos mis colegas del Ecuador; para mis compatriotas y amigos, anhelo la mayor ventura; y que ello sea finalmente en bien de esta patria tan querida, a la cual no obstante, ya sea por obsesión del propio inflamado amor que le profesamos los ecuatorianos y por las diversas maneras de contemplar o de entender la felicidad, solemos inferirle, a veces, dolores y lesiones profundas… Me despido de mis amigos hasta tener el gusto de verlos, de recibir sus letras o enviarles yo mis noticias…” (16 abril 1936).

Fuente de los extractos: Poliedro literario y otros escritos, y Páginas periodísticas, ambos con recopilaciones de las publicaciones de Ismael Pérez Pazmiño, libros editados en 1976, para conmemorar los 100 años de su nacimiento. (I)