En octubre de este año, las autoridades de Florida arrestaron a la artista cubano-estadounidense Gemeny Hernández por violencia y agresión menor contra su novia, la cantante Emily Estefan, hija de Gloria y Emilio Estefan. ¿El objeto agresor? Un celular.
Estefan llamó al 911 y presentó una declaración jurada afirmando que Hernández “le arrebató el teléfono de la mano y la golpeó con él”. En las redes sociales de ambas, muchos seguidores lo interpretaron como una escena de celos; mientras unos defendían a la víctima, otros veían justificable el arranque ante la hipotética negativa de sus parejas a mostrar o entregar su celular.
“En las redes hay una tendencia muy marcada de romper celulares, específicamente de las mujeres a los hombres”, comenta el psicólogo y sexólogo Rodolfo Rodríguez Martínez (@romaec). “A la más mínima provocación, va al celular a romperlo”. Así se canaliza el malestar hacia el dispositivo; aunque esto se soluciona comprando otro; el usuario de redes sociales volverá como si nada. “También pasa con los varones muy agresivos; usualmente tienen ese patrón de romper el celular”.
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Así, el otro queda económicamente perjudicado y temporalmente incomunicado. Es una forma de tomar el control y de hacer sufrir. “Lastimosamente, gran parte de la población tiene algún grado de dependencia de los dispositivos”. Sea en lo personal o por trabajo, todo el que pierde su celular lo pasa mal. “Es a veces un apéndice de las personas, donde más duele”. Rodríguez confirma que esta acción será, durante algún tiempo, el epicentro de las sanciones, castigos o actos violentos cuando se sospecha o se descubre una infidelidad.
Lo curioso es que no es un problema unilateral. “Si te das cuenta, la mayoría de las personas duermen en tríos o en cuartetos”, ironiza el psicólogo. “Si es soltero o soltera, el celular duerme en la almohada. Si son pareja, cada uno duerme con su celular al lado”. Aunque se argumente que no se está coqueteando con nadie, lo cierto es que allí no hay comunicación entre los dos que más importan. “Esta situación nos indica que hay un grado de dependencia; no hay ese aflojar, ese soltar. Los tiempos sin celular cada vez son más escasos”.
Castigar a la pareja confiscando el celular no funciona ni es saludable
¿Cómo llegan las parejas que alguna vez se vieron como iguales a desconfiar, controlarse y castigarse? “Desde finales de los años 90, el celular se volvió una herramienta muy útil. Radica en lo que las nuevas generaciones conocen como la inmediatez”, señala Rodríguez. Primero fueron las llamadas, luego los SMS y, finalmente, los mensajes de voz y las videollamadas.
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Pero ni siquiera es necesaria tanta sofisticación. “En sexualidad, ahí viene la parte interesante, ya no solo hablo con el amante o con la ex; puedo intercambiar emojis que, como los jeroglíficos de los antiguos egipcios, vienen cargados de simbolismo. No necesito poner: ‘Qué sexy’. Con el fueguito, basta. Y vuela la interpretación de los sujetos que vean el mensaje”. La afectividad tiene nuevos códigos.
Por eso, Rodríguez indica que la seguridad no puede estar ligada a tener acceso al celular de la pareja, a sus claves o a sus cuentas.
Después de todo, con un nuevo teléfono (o uno oculto) se puede seguir siendo infiel. Es un comportamiento cíclico. “Es lo más falso que puede haber. La confianza jamás puede basarse en un aparato inanimado. La confianza trasciende eso. Va por las formas en que se puede vincular el cerebro de los dos”.
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Tampoco es un modelo de confianza ceder el celular al otro. “Ahí entra en juego la palabra privacidad. La privacidad es que el sujeto tenga sus espacios, sus pertenencias; darse el gusto de hacer una actividad propia”. El dispositivo es un aspecto de esa individualidad.
“Ahora, no tiene absolutamente nada de negativo que alguien no ponga clave porque no le gusta o porque quiere que su pareja le ayude a gestionarlo. Genial, pero eso es un acuerdo en ese estilo de pareja: muy relajados, muy confiados, porque así han sido criados”. No tienen problemas de celos ni sospechas. “No todo el mundo es así”.
La confianza, insiste Rodríguez, viene del sujeto y de la conexión que tiene con el otro a través del cerebro, de los sentidos, de los principios, valores, ética y compromisos. Esa afinidad que le hace saber que todo está bien entre los dos… o que no lo está, y que se manifiesta en la conversación, en lo anímico y, finalmente, cuando ya ha ocurrido algo, en lo sexual.
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¿Cómo saber que todo está bien? “En la forma en que expresas, das y recibes amor a través de datos, regalos, tiempo de calidad, como los lenguajes de amor”. Lenguajes que las parejas no usan porque les cuestan tiempo. “Y no quieren invertir tiempo, quieren saber ya, es o no es infiel, vamos a ver el celular”.
El problema de la filtración de las grabaciones íntimas en pareja, ¿se puede reducir el riesgo?
Revisar el celular es la salida inmediata y fácil. No quieren tomarse el tiempo de decir: ‘Vengo de una relación que se ha venido deteriorando y no quiero aceptar eso, quiero echarle la culpa al otro. No quiero asumir mi responsabilidad’. El amor no es inmediato”, observa el psicólogo. La confianza tampoco. “Se rompe y puede tomar mucho más tiempo restablecerla, pero se puede”.
Ni espías ni vigilantes: responsabilízate del uso de tu celular
El uso del celular puede causar una pelea entre esposos o novios en un día cualquiera. “Por lo más simple, no se respeta el espacio en conjunto ni el descanso. Estamos almorzando juntos, paseando juntos, pero cada uno anda en su celular. Estás con una persona, pero virtualmente estás con más. No hay exclusividad”, dice la psicóloga clínica Mónica Llanos Encalada.
No hace falta infiltrar el celular. El rostro delata. “Alguien hizo un comentario y tú te asombras, te alegras, estás sonriendo (a la pantalla) cuando el otro está a tu lado”. Es una fragmentación; ¿con quién está hablando o disfrutando esa persona en realidad? “Allí empieza la desconfianza”.
Es bueno tener conciencia de esto, pero frente al poder de las redes sociales a veces no funciona. “Están diseñadas para crear adicción. Te acaparan; hay que tener mucho dominio propio para decir: ‘Hasta aquí llegó el uso del celular’. Por ahí empiezan los problemas en la relación”.
Si usted acostumbra interactuar con sus contactos en las redes, piense que podría llegar a engancharse emocionalmente. “Hasta por curiosidad, una característica propia del ser humano. Subes una foto y lo primero que quieres saber es quién te dio like. Quién, en vez de un pulgar, le puso un corazoncito” (le gustó de manera especial).
Esa tensión y esa espera crecen hasta convertirse en una infidelidad virtual. “También es una ventana a otras adicciones, como la pornografía. O a compartir fotos y videos de connotación sexual. Te vas adentrando porque piensas que sí lo vas a poder manejar. Y cuando te das cuenta, estás enganchado y estás consumiendo horas en las redes sociales; ya no es un día a la semana; necesitas interactuar con esa persona que siempre está pendiente de lo tuyo, y se forma ese vínculo emocional, que es el mayor riesgo”.
Llanos tampoco ve como una medida eficaz los teléfonos sin clave; ser vigilados para portarse bien.
“Es la privacidad, la autonomía de uno; aunque seamos pareja, yo tengo preferencias que el otro no tiene, mis amistades con las que me gusta interactuar; lo mismo del otro lado”.
Por eso, piensa que es importante respetar la privacidad, pero delimitarla, implementar para la pareja espacios de comunicación presencial sin celular, con plena conciencia, sin tecnoferencia (interrupción de la intimidad) y sin phubbing (ignorar al otro por preferir el teléfono). Es un proceso de construcción que contrarresta el riesgo de las redes, que ofrecen algo tentador: conexiones emocionales fáciles y rápidas que solo muestran un fragmento curado y filtrado de la otra persona.
Esa pérdida que no se puede contar: el duelo prohibido del infiel al perder a su amante
Los acuerdos pueden ser dejar de lado el celular en los espacios compartidos: el desayuno, el almuerzo y la cena; los tiempos de conversación o una película juntos. Al salir a cenar o a un café. Cuidar la exclusividad.
Y además, ser responsable de uno mismo al usar la virtualidad. “Requiere hacerte muy consciente de cuáles son los límites”. Es autocontrol, señala la psicóloga. Un adulto funcional no necesita que otro lo controle, a menos que haya un trastorno. “Eso no te lo puede dar la pareja; es de cada uno”. (F)





































