Lo primero que un niño aprende es a expresar sus emociones, afirma la psicóloga Inés Cobo de Gilbert. Ella indica que una emoción mal gestionada en la primera infancia puede desencadenar una respuesta conductual muy difícil de manejar en el futuro. “Hay más de 350 emociones estandarizadas, pero a un niño (pequeño) yo le digo ‘tristeza’, ‘alegría’, ‘asco’, cosas muy puntuales y fáciles de diferenciarlas, para que las pueda identificar, expresar y gestionar”, indica.
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Un niño que aprende a gestionar sus emociones se convertirá en un adolescente o adulto feliz. “Vale la pena ser esa milla extra como padres o como educadora para incidir en su felicidad”.
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La tarea debe partir desde casa, en un entorno familiar donde el menor tenga la capacidad de expresarse sin pena o presión, un espacio que se convierta en su lugar seguro. Se debe construir un ambiente de comunicación profunda, donde cada emoción tenga su nombre. “A nuestros hijos no les aceptemos solo un ‘bien’ como respuesta”, menciona la profesional.
El castigo no debe ser la primera opción para corregir a un menor. “En una situación –por ejemplo– de enfrentarse a un berrinche del niño en el supermercado, puede perder la paciencia, pero tiene que ser capaz de darse cuenta de reconocerla y expresarla, de decirle al niño: ‘Estoy perdiendo la paciencia; lo que estás haciendo me causa malestar; vamos a tranquilizarnos’”.
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El segundo paso se debería complementar en la escuela, con actividades específicas que aborden el tema del neurolearning (neuroeducación). En este punto, la también directora ejecutiva de Ecomundo dice que ellos cuentan con una dinámica llamada “El rincón de la calma”, en la que trabajan en ejercicios de mindfulness para que sepan cómo canalizar sus emociones. “Hacemos mucho diálogo; ellos tienen muchas asambleas, tienen mucho trabajo en equipo, con espacios para poder interactuar y expresar sus emociones, con guía de un docente”.
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Recuerde que lo más apropiado es tratar estos temas y establecer cualquier norma en la etapa de la infancia, pues hacerlo recién en la adolescencia puede ser muy tarde, porque probablemente ya no quieran escuchar. “Teniendo la cancha trazada va a tener un marco de contención que lo va a ayudar a tomar mejores decisiones, a equivocarse menos y, sobre todo, a no alejarse tanto”, indica Cobo.
Cómo funciona todo
La neuroeducación indica que las emociones son química básica: nuestro cerebro y cuerpo reaccionan constantemente ante diversos estímulos. Es vital que los niños conozcan cómo funciona la química de nuestro cerebro y cómo ciertas emociones pueden desencadenarse en enfermedades.
Es importante que desde pequeños conozcamos que nuestro cerebro, según la teoría del neurocientífico Mac Lean, está compuesto de tres capas: el neocórtex, que es el cerebro racional, con el que pienso; el cerebro límbico o emocional, con el que siento; y el reptiliano, que es la capa del cerebro instintivo o de supervivencia con el que actúo.
“Cuando reconozco que algo me da mucho miedo podré entender que hay una química dentro de mi cuerpo que puedo ayudar a regularla”, señala el neuropsicólogo Thonny Espinosa Mendoza.
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El profesional menciona que el primer paso para introducir a los niños en este viaje científico es la deconstrucción por parte de los padres. Reconoce que las generaciones actuales de adultos provienen de una época en la que probablemente no se hablaba libremente de las emociones, y donde se daba la etiqueta de “malo” a la acción de llorar, por ejemplo. “Hay que entender que hay ciertas cosas que las hemos aprendido de una manera, y que las podemos comprender de una nueva forma. Hay que deconstruirnos para volver a construir una idea”, dice.
Espinosa está convencido de que “es mejor aprender a hablar de nuestras emociones desde que somos niños, porque cuando somos adultos no lo hacemos parte de nuestra cultura”.
Invita a los padres a compartir cómo se sienten o cómo les fue en un día de oficina. “No esperen que sus hijos les hablen primero sin tener un modelo a seguir. Siéntense a hablar con ellos de alguna situación del trabajo y cómo la resolvieron. Eso ayuda a los niños a reconocer e identificar emociones en otros, antes de poder identificarlas en ellos”, indica Espinosa.
Es importante que los menores cuenten con una red de apoyo que sea de conocimiento de los padres, a los que puedan acudir cuando no sepan cómo gestionar una avalancha de sentimientos. “Hay que enseñarles a los niños a buscar apoyo cuando sus situaciones estén al borde, ya que esto ayudaría a prevenir posibles trastornos emocionales en un futuro”.
“Un niño que no sabe identificar cuando está ansioso y se lo guarda, o que no se le da la oportunidad de exteriorizarlo, lo que está provocando es encapsular el cortisol (conocida como la “hormona del estrés”) en su sistema nervioso, y eventualmente le va a inflamar el sistema nervioso y va a desarrollar un trastorno de ansiedad o trastorno depresivo”, explica, y afirma que experimentar ansiedad y depresión en la niñez es más común de lo que se cree.
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En resumen, identificar y gestionar las emociones ayuda a que un niño sea menos impulsivo, más feliz, e incluso mejore su proceso de aprendizaje. Además ayuda a que se convierta en un adulto que tome mejores decisiones.
No hay una edad específica para empezar a abordar este tema con los pequeños; de hecho, se ha demostrado que desde que el bebé está en la panza de la mamá es capaz de percibir sus emociones.
Ambos profesionales consultados por este medio tomaron de ejemplo la película animada Intensamente como una opción lúdica para enseñarles a identificar las emociones básicas, como la alegría, tristeza, miedo, ira y desagrado “Es increíble cómo una película puede hacer tanto por educar emocionalmente a los niños”, dice Cobo. (I)