Conmigo muchas veces las vivencias se conectan al cine. Hasta en Navidad; y esto no quiere decir que las escenas recordadas sean de películas navideñas. Puede ser todo lo contrario, porque la historia que me jala es trágica e inspirada en Romeo y Julieta, donde no hay finales felices. Cuando me senté a ver la nueva versión de West Side Story en mi corazón albergaba los sentimientos que me elevaban los sueños en mi juventud, cuando me acercaba a ver la primera versión de esta obra maestra del cine. Creo que tenía 14 años, ahora sesenta más.

Las voces que todavía resuenan en mi corazón ya no son solo las de esos icónicos protagonistas de la pasada y nueva versión. Son también las de los cuatro maestros que hicieron posible este Amor sin barreras (el título en español del filme), que fueron celebrados por el director Steven Spielberg incontables veces al lanzarse a hacer su primer musical. “Desde que tenía diez años escuché primero el disco y después la vi en teatro y luego en la pantalla, de la mano de mi padre”. Las voces eran de Leonard Bernstein (compositor), Stephen Sondheim (liricista), Jerome Robbins (coreógrafo) y Arthur Laurents (guion adaptado).

Esas voces viven con la visión de Spielberg. “De la mano de mi padre”. A esto quería llegar, queridos lectores: los sueños artísticos o de cualquier índole que vivimos siempre se acompañan de seres queridos que nunca se van de nosotros. Para ellos también es la Navidad. Lo celebro con el poeta Constantin Kavafis: “Voces que hablan en nuestros sueños / a veces las oímos en nuestros pensamientos / y por momento con su eco retornan otros ecos / desde la poesía primera de nuestras vidas / como música que se extingue en la noche lejana”. (O)