El mundo de la gastronomía es impredecible. Muchas veces el éxito de un restaurante no depende únicamente de ser innovador, contar con una excelente cocina, buena ubicación y esmerada atención. La clientela, especialmente la costeña, es difícil: puede ser que un día miércoles llenen el salón, coman de maravilla y pasen un momento divertido, pero a la semana siguiente no va nadie. Así es difícil también manejar presupuestos, turnos de empleados y programar compras de alimentos.

Además, el guayaquileño es muy novelero: cuando abren un nuevo restaurante, todos corren a sentarse en sus mesas para decir que estuvieron ahí; se saludan con los amigos, comen delicioso, pero luego no regresan más. Pocos meses después, el recién inaugurado espacio debe cerrar, y sus dueños difícilmente recuperan lo invertido. Son negocios de alto riesgo en los que hay que jugársela para ver si se sobrevive.

Hace dos años visité Monpatíu; recién habían abierto en un pequeño local en Los Ceibos, donde era fácil ver a la chef y propietaria, Emma Esteves, entrar y salir de la diminuta cocina en la que elaboraba sus recetas. En ese momento escribí: “Está decorado con sencillez pero con elementos acogedores que concuerdan con un concepto informal y que también se ve reflejado en su menú”. Hoy han trasladado esa misma idea y sus exitosas preparaciones a un cómodo espacio en la parte baja del edificio Olivos Tower.

El nuevo local se encuentra en una zona de Los Olivos que se está convirtiendo en el punto de encuentro de la buena gastronomía en el norte de la ciudad: este año, en la misma avenida Leopoldo Carrera, abrieron Masería, La Cevichería Guayaca, Pepe Pez, entre otros. Monpatíu conserva sus mesas al aire libre en este lugar donde ahora, debajo de grandes árboles, se puede disfrutar todavía de esta temporada de buen clima.

Empecé con una deliciosa crema de lentejas y chistorra ($ 10). No es la típica crema en la que todo está licuado: tiene también algunas lentejas enteras, lo que le agrega textura y consistencia. El embutido, de buen sabor, complementa perfectamente la preparación. Luego probé los canelones morlacos ($ 14); están rellenos de mote sucio, cerdo a la paila y su mapahuira. Todo sobre una salsa de tomate de árbol y trozos de chicharón crocante. Muy rico.

El pulpo al olivo ($ 23), cocinado en su punto y pasado por la parrilla para hacerlo crocante, acompañado con puré de mote, quinoa y aceitunas trituradas, fue un gran plato. La cocinera Esteves ha logrado ampliar sus opciones manteniendo muy buena calidad, y en el salón mantiene excelente servicio. Extraño, eso sí, la degustación de pastas que en la carta anterior permitía probar algunas en un mismo plato.

Una debilidad de Monpatíu son los vinos. Este restaurante que sirve platos de autor, con una importante cuota de creatividad que los hace únicos en la ciudad, tiene una oferta de vinos tremendamente pobre; no está a la altura de la calidad de la comida que sirven. Pienso que deben crear una carta de vinos que, sin hacerla muy extensa, cuente con botellas que acompañen de mejor manera sus ricos platos.