En estos días en que el COVID-19 parece habernos dado un respiro (aunque la guerra continúa en todos los frentes) conviene detenernos un momento y reflexionar sobre lo que nos ha significado hasta aquí esta pandemia, y cómo ha cambiado nuestras vidas.

Para empezar, nuestro diario vivir está y estará sujeto a las restricciones que las autoridades dispongan de un día para otro. A esto, y a las clases y trabajos virtuales ya nos hemos acostumbrado, así como a la mascarilla, la distancia y la asepsia de manos. De igual manera, nuestra dependencia de las redes sociales seguirá incrementándose.

Por otro lado, nos hemos hecho más humanos. Las necesidades que hemos visto y sentido nos enseñaron a compartir, a ser más solidarios con el prójimo. Hemos visto la muerte desde muy cerca y hemos vivido juntos momentos de dolor más de una vez. También hemos aprendido a ser más ahorrativos y administrar más prudentemente nuestros recursos al ver cómo la pérdida de ingresos por muerte de los proveedores del hogar, el desempleo y la liquidación de negocios han afectado a tanta gente cercana.

Hemos descubierto que somos más resilientes de lo que pensábamos; pudimos resistir la primera oleada del virus, llena de muerte, misterio e incertidumbre, sin herramientas adecuadas, con un sistema oficial colapsado y con poca o ninguna ayuda más que nuestro instinto de conservación, la unión familiar, la solidaridad humana, nuestra inteligencia y nuestra fe. Hubo un momento en que tocamos fondo como colectividad y nos sentimos bastante solos, con miedo de lo que el siguiente día nos podría traer.

Gracias a Dios, estos aciagos días no fueron muchos y logramos sobreponernos, aunque a costa de muchas bajas, incluyendo valiosas vidas de los trabajadores de la salud, que literalmente se erigieron en barrera entre el enemigo invisible y nosotros. Lo que les debemos es impagable.

Nos hemos acostumbrado a tener al enemigo en la vecindad, pero bajar la guardia no es una opción. La vacunación y las medidas tomadas nos harán sentir un poco más seguros, pero el toque final para preservar nuestras vidas corre por cuenta nuestra. La pandemia nos obligó a no tomar nada por descontado, nos enseñó a vivir para poder ver el día siguiente. (O)