Hace poco escuché un discurso en el que el conferencista mencionó el Mensaje a García como el ejemplo de proactividad para generar el cambio en las empresas. Seré sincero: nunca simpaticé con este relato de Elbert Hubbard desde la primera vez que lo escuché, pero hoy tengo varios argumentos para mostrar mi -posiblemente impopular- desacuerdo con su recomendación de proactividad.

La proactividad es una de las más valiosas expresiones del liderazgo con propósito, pues está alimentada por subcompetencias tan potentes como el optimismo, la iniciativa y la tenacidad o empuje. Es verdad que una persona proactiva alcanza sus metas, pero tiene facetas más constructivas que las que solo se enfocan en los resultados.

Al ser optimista, la persona proactiva construye buenas relaciones, por lo que su contagio emocional no suele pasar desapercibido, y menos, olvidado. En el relato, todos se acuerdan de García, pero pocos de su real protagonista, un tal Rowan.

Al tener iniciativa, la persona proactiva promueve las redes de contactos, por lo que su acción escala hacia la generación de comunidades con un aporte mucho más significativo. En el relato, la estrategia de Rowan desapareció con él.

Al poseer tenacidad, la persona proactiva disfruta dialogar tanto con las personas como con la realidad, para ir ajustando su plan y lograr los resultados. Por eso, es totalmente comprensible que haga preguntas que le ayuden a focalizar sus esfuerzos.

En el tiempo actual, es posible que el relato ya no sea aplicable, pues la proactividad no se mide por una obediencia silenciosa, sino por la capacidad de relacionarse y construir comunidades que multiplican el impacto. Si queremos líderes que transformen, dejemos de pedir Rowans que marchen solos y empecemos a impulsar un liderazgo que fomente los espacios de diálogo y la búsqueda de un trabajo con sentido y dignidad. (O)