Desde niño me llamó la atención en los potreros de Naranjal esta ave tal vez no tan agraciada, y casi no tomada en cuenta, como una de las maravillas de nuestro campo montuvio de la Costa del Ecuador.

Este es el garrapatero (Crotophaga ani), conocido en otros países tropicales como matacaballos, vacamuchacho, tijo pijuy o tijul, ave muy beneficiosa para nuestro entorno, ya que su alimentación principal son los insectos, ciempiés, arañas, lagartijas, garrapatas y termitas.

En el año 1707, el científico inglés Hans Sloane describió al great black bird, conocido luego como el garrapatero, en la isla de Jamaica, y dijo de él: “Frecuenta los bordes y sabanas haciendo mucho ruido, por lo que es muy perjudicial para los cazadores, ya que alarma a las otras aves de caza”.

Pero ya antes, en 1651, Francisco Hernández de Toledo decía en Mexico: “Todo su cuerpo es negro, su carne inútil y su canto lúgubre, del tamaño de un tordo e igual a la que en Paraguay llaman anno”.

El garrapatero (Crotophaga ani), en una ilustración de Chauiz de Chongón (Eduardo Jaime). Foto: Cortesía

Hoy sabemos que habita desde Florida hasta el norte de Argentina, donde es común en potreros y matorrales tropicales, en los que aprovecha para posarse sobre el ganado vacuno o equino para alimentarse de las garrapatas y otros insectos, aliviando así a dichos animales y aportando al equilibrio de la naturaleza.

Son aves grandes de color negro y de hasta 30 cm de largo; sobresale su pico grueso como giba. Su volar es lento y bajo, como planeando, ya que tienen alas cortas, y generalmente andan en grupos o bandadas, pero a veces se los ve solo en parejas y casi nunca en las ciudades.

Lo más notorio y significativo de los garrapateros es que hacen su nido no como otras aves, solo en pareja: ellos lo hacen grande, para cuatro o cinco parejas, y todos colaboran para la construcción del nido. Cada hembra pone hasta cinco huevos; por eso, en un nido se pueden encontrar hasta 20 huevos. Las crías son alimentadas entre todos, en turnos y sin discriminaciones, caso único entre las aves, al menos de lo que yo he visto en nuestros montes montuvios.

Antiguamente en el campo costeño había la costumbre de preparar “caldo de garrapatero”, ya que se creía que curaba el asma de los niños, pero felizmente hoy esa creencia se ha perdido.

Hoy, al llegar a Guayaquil, vi un garrapatero en el techo de mi casa y me pregunté: ¿que le pasaría en el monte, que se vino a la ciudad?

Garrapatero montuvio, gracias por venir y dejar tu ruidoso y bello canto en Guayaquil y recordarme a nuestras vacas y potreros. Seguro le pido a mis amigos poetas del monte o la ciudad que se inspiren y te dediquen al menos una estrofa de un poema avícola. Lo acompaño de una acuarela de mi amigo naturalista Eduardo Jaime, de nombre artístico Chauiz de Chongón. (O)