“No puedo hacer nada si mis cuadros no se venden”, decía Vincent van Gogh en una carta a Theo, su hermano menor, “sin embargo, llegará el día en que la gente verá que valen más que el costo de la vida y mi subsistencia, muy exigua de hecho”. Estoy imaginando a uno de los más grandes maestros que registra la historia del arte escribiendo esto desde un asilo mental acompañado de menesterosos en 1888, porque ‘exigua’ no es la palabra exacta para calificar su vida en los años finales. El artista, cuyas obras se valoran hoy en números solo comparables a los de los tesoros del Vaticano, nunca tuvo en vida el reconocimiento que vino muchos años después.

Johanna van Gogh-Bonger, esposa de Theo, hermano menor de Vincent.

Diana J. León recoge en nuestro reportaje de la portada algo de la vida del personaje que ayudó para dar a conocer al mundo las creaciones de un genio. Ella fue Johanna van Gogh-Bonger, esposa de Theo, quien hacía lo imposible por llevar sus lienzos a las galerías de Ámsterdam (Países Bajos), que por lo general le eran devueltas porque nadie parecía entenderlas.

Gracias a Johanna, la obra de su cuñado Vincent van Gogh ha recibido reconocimiento global. Aquí vemos una instante de la actual exhibición de arte 'Van Gogh: The Immersive Experience' en Pullman Yards (Atlanta, Estados Unidos), abierta el 7 de junio de 2021. Foto: EFE

Al fallecimiento de Theo, Jo (a ella le gustaba que le digan así) comenzó lo que fue la tarea de toda una vida: hacer conocer a los expertos el valor artístico de los 400 lienzos, y cientos de dibujos que Theo heredó y que finalmente llegaron a las manos de esta mujer.

Las cartas entre los dos hermanos son también muy valoradas, lo que ha sido registrado en un nuevo libro. Tanto en los museos de Van Gogh en Ámsterdam como en los museos más importantes del mundo, esas creaciones deslumbran al público. “Johanna fue la guardiana del legado, la base sobre la que se construyó el culto a Van Gogh”, dice un especialista. (O)