En un festival donde las ovaciones pueden durar minutos eternos y los suspiros cinéfilos se convierten en idioma común, la llegada de Wes Anderson a Cannes este año no es solo esperada, sino celebrada como un ritual estético. Con su inconfundible paleta de colores, composiciones simétricas y personajes que parecen salidos de una fábula ilustrada con melancolía y humor seco, Anderson se presenta no solo como director, sino como autor de un universo propio.