Debo confesar que he tenido problema en escribir este artículo. Estuve viajando estos días, asistiendo a encuentros académicos. Normalmente son momentos donde me surgen ideas que puedo convertir en columna. Las elecciones en Perú o la innovación eran cuestiones que revoloteaban esta semana en mi cabeza, pensando cómo hacerlos materia de reflexión y, quizás, debate. Quedarán para después, las vi diluirse. A mi regreso y dada la coyuntura, poco a poco, mi reflexión me hizo pensar en esto de escribir opinión.
Cada semana construyo intelectualmente la idea sobre la que quiero escribir, ella no surge de pronto, de un solo golpe, va madurando, me imagino como cualquier cosa en este mundo. Proviene, como señalé, de una discusión, de un viaje, de una lectura, de la observación de un hecho coyuntural, esto lo más de veces. Cuando la decido, leo algo más, la contrasto con otros enfoques o perspectivas, consulto trabajos de investigación, amigos o información disponible; muchas veces asocio el argumento con algo que leí, una novela o un artículo de opinión, en un periódico o revista.
Algún momento de cada jueves, si mis obligaciones y actividades lo permiten, escribo. Cuando lo he pensado bien, sale a borbotones, sin pausa, el argumento fluye corrido y puedo cerrarlo rápido. Normalmente termino con más palabras que las acordadas, con muchos errores, pero ese día, ni lo recorto, ni lo corrijo. Como buen vino, dejo reposar lo escrito. Solo al día siguiente lo retomo y termino, en fondo y forma. Cuando no observo esa disciplina, no me sale bien y algunas veces, debe notarse, me ha pasado. Al verlo el domingo, me revuelvo por errores que la premura me hizo cometer. Por eso prefiero darme ese tiempo, lamentablemente, no siempre posible.
Cuando entrego mi artículo, para mí, está listo, es de mi responsabilidad, está bajo mi nombre y lo considero de mi propiedad absoluta. No admito consejo, indicación u orden que me haga cambiar. La única excepción es cuando he cometido error de gramática o sintaxis; incluso allí espero me consulten. Ni el jefe editorial, ni el director, ni el dueño del periódico me han dado, ni aceptaría que me den, indicación alguna, por más amigable que esta sea. El momento que lo hagan será el último que reciban. No tienen, para mí, responsabilidad ulterior alguna respecto a lo que he escrito, mi artículo es algo entre yo y mis lectores, a quienes considero, por definición, inteligentes y con capacidad de discernimiento.
Creo en términos absolutos que una idea u opinión sobre un tema, una política, una decisión de un órgano de gobierno, la acción o declaración de un personaje público, por más encumbrado que sea, es eso, una idea, un punto de vista, que como tales no pueden ser falsos. Cada articulista tiene su estilo y forma, alguno agresivo, otro satírico o mordaz, otro analítico. Pero lo que presentan son ideas. Estas pueden ser rebatibles, puestas en duda, argumentadas en contra, confrontadas con otras ideas u opiniones, pero no pueden ser materia de censura o limitación. Esta es, para mí, la esencia de mi trabajo como columnista y en última instancia de mi libertad de escribir.
En estas semanas en que el economista Correa ha planteado juicios millonarios contra periodistas y este periódico, siento que mi capacidad de argumentar y presentar mis verdades está amenazada; pues mañana, alguien estará mirando lo que yo escribo para darme consejo o indicación.
Por ello me ha sido tan difícil escribir esta semana.