Cuando elementos centrales de una sociedad, de una comunidad o de una persona sufren cambios imprevistos como resultado ya sea de modificaciones en el entorno, sea de su fortaleza y sostenibilidad, no solo se afecta dicho elemento, sino aquellos a los que está vinculado; dependiendo de la magnitud y del signo del cambio puede llegarse a una situación de tensión o de crisis sistémica. La magnitud del impacto en buena parte depende de la resiliencia de dicho conglomerado o persona, es decir, la capacidad que tiene de contrarrestar esos elementos afectados y llegar a un nuevo nivel de equilibrio. Esto le puede permitir desarrollar estrategias dirigidas a mitigar los impactos y restablecer bases para superar dicho momento o situación y volver a una situación de crecimiento o bienestar. Pero ello requiere que haya un fuerte sentido de preparación previa, una buena salud, se puede decir.

La tendencia normal de cada sociedad, comunidad o persona es buscar restablecer ese estado de equilibrio, buscando volver a la situación previa a la crisis, sea introduciendo algunos cambios, sea esperando que el temporal pase y se vuelva rápidamente a aquel que acontecía antes. Pero esto solo parece funcionar cuando esos cambios en elementos centrales no son muy pronunciados.

Quisiera tomar dos casos, una referida a organizaciones de pequeños productores agropecuarios, otra sobre la situación macroeconómica del país. En una reunión del Grupo de Diálogo Rural expuse recientemente aquellos factores organizativos que explicaba por qué algunas organizaciones eran exitosas en alcanzar sus fines: mayores ingresos y bienestar. Sobre la base de revisar 47 casos en varios países de la región encontré que a aquellas organizaciones que contaban con un grupo de líderes comprometidos con la organización, un sistema transparente de manejo de cuentas, una clara división de funciones entre dirigentes y miembros, reglas claras de funcionamiento y capacidad de innovar, les iba normalmente bien.

En el caso de la situación económica y fiscal del país, enfrentamos una crisis fiscal que puede traducirse en reducción de crecimiento y problemas de balanza de pagos. Hay problemas con el precio del petróleo, un probable cierre de la refinería para arreglos por años postergados, inversiones públicas importantes que deben hacerse, como en las muy importantes hidroeléctricas. A ello se une un muy probable fenómeno El Niño que requerirá importante gasto público. Lo cierto es que el Estado enfrenta problemas de flujo y si bien ha reducido gastos, el volumen es tal que requerirá muchísimo más. Por el momento se intentan conseguir recursos por vía de la utilización de las reservas de oro como garantía para préstamos, se negocia con el FMI y el Banco Mundial, se insiste con la RP China por facilidades adicionales. También parece acelerarse la expedición de reformas a la ley minera y se acelera la incursión sobre el Yasuní. Estas últimas no generarán en lo inmediato los recursos necesitados.

Es en este marco que debemos preguntarnos sobre si construimos las bases de resiliencia para enfrentar estas crisis. Esto tiene que ver tanto con contar con reservas que puedan ser utilizadas en forma anticíclica o ampliar la base productiva del país, pero también, y tal como destacamos para las organizaciones de pequeños productores, instituciones que funcionen bien: división de poderes, transparencia en cuentas, un liderazgo compartido y capacidad de innovación. Me parece que nuestra capacidad de navegar estos años demostrará la fortaleza de la economía y de la democracia que hemos construido.