La curiosidad es la madre de la ciencia, sin embargo, cuántas veces hemos oído reprender a un menor en tono áspero: cállate curioso, atrevido. Sin la curiosidad el mundo jamás habría abandonado la era de las cavernas. Cuando Einstein dice que “la creatividad es más importante que el conocimiento” debe ser porque no puede existir creatividad sin curiosidad previa.
Para que exista curiosidad deben existir personas con ciertas capacidades: que sean observadoras atentas de lo que se ve o se oye; que puedan comparar lo visto u oído con otras realidades similares; capaces de distinguir tonalidades de un mismo color, intensidad de voces o de formas, singularidades de un determinado objeto; capacidad de asombro. El pequeño que camina de mano de sus padres y empieza a atormentarlos con su disco rayado “y por qué, y por qué y por qué …” esto y aquello, demuestra que la curiosidad antes que la consecuencia de un aprendizaje es congénita entre seres inteligentes. Cuando se afirma que la curiosidad es un “defecto femenino” quizá se reconoce la sutileza, perspicacia y finura de las féminas que se muestran más ágiles para denunciar aristas que otros no las ven o las ignoran.
Si la curiosidad es el caldo de cultivo de la creatividad y si esta es la materia prima del progreso, entonces bienvenidas las almas curiosas y cuantas más, mejor. El curioso, bien vale decir, no es suficiente con que “tenga curiosidad”; si se queda con la curiosidad, nada de bueno hace para sí y para los demás. La curiosidad, al igual que la comezón, debe encontrar la solución requerida: en nuestro caso, encontrar las respuestas adecuadas a preguntas planteadas que, indudablemente, originaron la curiosidad y son creadoras de nuevos conocimientos, de nuevas verdades. Solo así la curiosidad se convierte en antesala de la ciencia, en instrumento de maduración de nuestra capacidad de asombro y de investigación, en fuente de la creatividad y en materia prima del cambio, del progreso y de las verdaderas transformaciones.
El crecimiento y supervivencia de la democracia, en cualquier latitud del mundo, exige que los habitantes de una nación sean gente preocupada por su presente y futuro; por el comportamiento de sus mandatarios y por la observancia de las normas establecidas para una sana convivencia; es un requisito sin el cual no se puede llegar a una vida democrática que propicia el bien común.
Mi apreciación personal es que la curiosidad por saber cómo marcha el país, es muy escasa. Algunos son ingenuos o crédulos interesados; aceptan lo que se publicita sin actitud crítica; otros defienden sus intereses, su negocio, su casa, su vida, quizá su familia. Muy pocos se preocupan de las leyes que se preparan, de las denuncias, de la falta de fiscalización, de la marcha de la economía, del irresponsable manejo de los recursos del IESS, del ITT o de la justicia indígena.
Todos somos responsables del presente y futuro del Ecuador. Es menester “meter las narices” donde por comodidad o miopía, hasta ahora, no lo hemos hecho. La democracia necesita gente curiosa y crítica en constante vigilia.