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Concluye hoy esta serie de tres artículos que tiene la sola intención de generar conciencia sobre la necesidad de engendrar un nuevo Ecuador, porque al haberse dado la mano la corrupción con la política no seremos en el futuro otra cosa que testimonios de cargo de su destrucción.

Formo parte de grupos de personas enlazadas mediante las redes sociales; exponemos allí nuestras inquietudes, inconformidades, desvelos, preocupaciones, etcétera. Nos gusta comunicarnos y lo hacemos con libertad y respeto. Contadas personas comparten mis inquietudes al respecto, quizá porque les preocupa más el aquí y ahora de la vida y no aquello que la trasciende. Lo que abunda no hace daño: insisto en la necesidad de preocuparnos del más allá de la pandemia que hemos empezado a vivir y que no atinamos a controlarla. Aspiro a que las orfandades que nacen y los temores que se incrementan no sean sacrificios desperdiciados sino tan solo dolores de parto de la humanidad que decidió renacer hacia metas más cercanas al Homo sapiens.

Estamos en la ventana de una nueva era. El viejo mundo se cansó de respirar, muere por sus propias manos. La maldad no se improvisa, tiene historia. El viejo mundo que ha comenzado a irse lo hace de manera cruenta, se lleva consigo a seres queridos. Los cambios de timón deben obedecer a cambios de mentalidad, a cosmovisiones que cedan su puesto a nuevas formas de entender el universo.

No somos dueños del mundo. Alguien escribió: “El aire, la tierra, el agua y el azul del cielo nos gritan que somos sus invitados, no sus dueños. Que están muy bien sin nosotros”. El universo ha sido manoseado sin respeto; la tierra, maltratada y saqueada; el agua y el aire, contaminados con avidez y lujuria. Todos preparamos el terreno, de una u otra forma, para que esta pandemia termine con falsas seguridades. A mi entender, este mundo nuevo que se gesta, que está por aparecer, requiere de seres humanos conscientes de haber aprendido las lecciones del mundo que se cae a pedazos. Ecuador requiere de compatriotas artífices de una nueva sociedad.

Necesitamos padres que construyan familias unidas, con sólidos valores humanos; maestros convencidos que formen ciudadanos capacitados y capaces de luchar por la defensa de los valores cívicos y morales; obreros capaces de construir un Ecuador sano, justo, fuerte, solidario; empresarios honrados y justos; banqueros y financistas que huyan de la usura y del atropello, que tengan como meta el progreso del país y de sus clientes a través de un servicio ético, eficiente y digno; servidores públicos con capacidad, lealtad y honradez que velen por los intereses del país. La ignorancia, la desidia y la desfachatez son lápidas del honor y del civismo.

Veo con preocupación que Ecuador aún vive de espaldas a las urgencias de un mañana cercano; que somos un pueblo indisciplinado que no se preocupa de su futuro. Nos falta levantar el vuelo para otear nuevos rumbos. El atolondramiento y la falta de certezas en la conducción del Estado hacen de nuestro Ecuador un barco a la deriva.

(O)