No me digan ustedes, lectores de EL UNIVERSO, que sabían lo que estaba por venir y que se prepararon adecuadamente, de suerte que ahora viven lo pensado, lo planificado y nada de lo que ya ha llegado y de aquello que está por venir, les es desconocido. No me digan que sí lo sabían porque yo siempre tuve y aún tengo la mejor opinión de ustedes.

La verdad, aunque nos duela, es que el mundo no estuvo preparado. Los grandes estrategas de seguridad nacional e internacional nunca supusieron que un microscópico enemigo nos iba a poner a temblar. Se contaba con la posibilidad de una guerra biológica pero jamás se avizoró algo semejante. Si alguien estuvo prevenido y si el virus no apareció de repente, sino que fue creado para causar el pánico actual, está por investigarse. Preparados o no, confesamos no haber estado listos para esta inusual masacre.

Mucho se ha escrito ya tratando de documentar la presencia del COVID-19. La gente muere todos los días. La muerte tiene prisa, no respeta apellidos, fortunas ni lugar de origen. Hay nerviosismo en el mundo, a todo nivel. Mueren príncipes y pordioseros, creyentes y ateos, vírgenes y prostitutas; por unos días el universo se va achatando, las cúspides se aplanan, son más los que regresan que los ingresan a este mundo. Y pensar que estamos dando nuestros primeros pasos, ensayamos fórmulas para aprender a vivir en un mundo que aún no sabemos de qué modo lo vayamos a reconstruir.

Guayaquil ha trascendido al mundo como una ciudad incapaz de domeñar al enemigo. Olvidan ciertos políticos, que hoy invaden las redes sociales, que Guayaquil es ahora lo que se quiso y se dejó que sea en las últimas tres décadas. Que no se achaque al gobierno central de ser el único culpable de omisiones dolosas. Los desmanes que han aparecido estos días en Guayaquil, Ambato, Quito y otras poblaciones son producto de una pésima educación recibida, de la pobreza que no se ha podido erradicar, de la corrupción instalada en la administración pública, de una sicosis colectiva, de la falta de responsabilidad y sentido de comunidad. Vendrán momentos de mayor conflictividad porque hay gente pagada para lucrar con el dolor ajeno, para esparcir noticias falsas, para organizar grupos de choque y crear una atmósfera ajena a las necesidades que la pandemia exige. Guerra avisada no debe matar gente.

Es grave y novedoso que en algunas provincias esté pasando, o comenzando a pasar, algo demasiado raro y ajeno a las prescripciones de rigor. Me explico: la peligrosidad del COVID-19 en lugar de ser arrinconada y atrincherada entre cuatro paredes, para su tratamiento o para impedir su contagio, encuentra camino ancho y abierto para su difusión en quienes han decidido romper todo cerco y deambular a merced de sus caprichos o de los caprichos de quienes les manejan abusando de su ignorancia o de su pobreza. Los días avanzan y la peligrosidad se incrementa.

La pandemia que nos azota es un test multipropósito. Luego de unos meses sabremos si en realidad fuimos hechos de arena o de granito.