Es importante producir en Guayaquil un debate sobre lo que deben ser las nuevas relaciones entre la ciudad, la región y el Estado. La construcción de la región y de la autonomía de Guayaquil necesitan de un pensamiento que sustente y defienda una demanda que, si bien ha sido tradicionalmente elaborada desde Guayaquil, debe ser entendida como parte de un proyecto nacional, porque tiene que ver con la estructura de poder del Estado, la economía y la cultura.

En el Ecuador el conflicto regional es un viejo conflicto, como ocurre en muchos países. Pero durante los últimos 30 años los conflictos entre las regiones, las ciudades y el Estado –no solo en el Ecuador sino en el mundo– se agudizaron como resultado de la globalización. Esta produce flujos económicos y sociales que los estados nacionales no pueden controlar. El mejor ejemplo es la integración electrónica del mercado financiero mundial.

Lo mismo ocurre con las migraciones, como es obvio. Las migraciones transnacionales actuales son parte de la sociedad global. Aunque las comunidades de migrantes están localizadas en territorios particulares, viven en un espacio virtual transnacional. La identidad de  Los que se Van  ya no es la misma. La nueva economía digital también  se alimenta del trabajo precario de migrantes, mujeres y minorías étnicas. Desde este punto de vista, países como Ecuador y México están profundamente incorporados a la globalización.

La consecuencia es la crisis del Estado nacional, que deja de ser el contenedor de la nación, la economía, las clases sociales, etcétera. Se debilita la capacidad del Estado para generar identidades nacionales y proliferan los movimientos locales y regionales, replanteando sus demandas étnicas, regionales y económicas. Muchos autonomismos tienen tras de sí una tradición de lucha contra el Estado central, sea por problemas étnicos y culturales o por demandas que tienen que ver con la distribución de las rentas del Estado para las ciudades y regiones.

Los que lideran estos movimientos son las ciudades y los municipios.
Especialmente aquellas ciudades y regiones más vinculadas al mercado mundial, en las cuales el Estado central es relativamente débil. Por esto,  a lo largo de los últimos 20 años se han formado dos nuevos tipos de gobiernos locales; el primero desarrolla una visión empresarial del municipio; el segundo entiende la alcaldía como gobierno político local, que promueve la participación ciudadana y los derechos sociales.  Estos paradigmas no son necesariamente excluyentes.

La conclusión, entonces, es que los movimientos autonomistas actuales forman parte de la globalización de la sociedad. El autonomismo –sea de derecha o de izquierda– no es un hecho aislado y marginal, sino que forma parte de una corriente mundial.

La crisis económica mundial introdujo, sin embargo, un nuevo elemento de juicio. Actualmente, hay un nuevo keynesianismo. Para superar la crisis se necesita intervención estatal, para regular ciertos sectores de la economía –como el financiero– y fortalecer la demanda. Pero esta vuelta a Keynes, solo puede producirse sobre la base de la nueva economía digital.

Es el keynesianismo de la información. Como dice Castells, “la inversión en educación, cultura, tecnología, investigación y servicios públicos es la inversión que a la vez reactiva más directamente la economía y favorece la cohesión social. Y esta inversión se gestiona, es conocido en todo el mundo, mucho más eficaz, concreta y legítimamente a nivel local, a partir de los ayuntamientos”. Este nuevo keynesianismo no conduce a una recentralización del Estado sino que se apoya en los movimientos e instituciones autonómicos.