Si usted quiere ver el infierno en la tierra, vaya a Zimbabue, donde el loco Robert Mugabe ha llevado al país a un estado de ruina a grado tal, que el cuidado médico para la mayoría de los habitantes prácticamente ha dejado de existir.
La expectativa de vida en Zimbabue es la más baja del mundo: 37 años para los varones y 34 para las mujeres. Una epidemia de cólera arde con intensidad. Algunas personas han enfermado de carbunco (ántrax) luego de comer carne en descomposición de animales que habían muerto de dicha enfermedad. El suministro de electricidad se interrumpió en la morgue de la ciudad capital de Harare, dejando que los cadáveres se pudrieran.
La mayoría del mundo no le está prestando atención a la agonía de Zimbabue, en otro tiempo una nación próspera y médicamente avanzada en el sur de África, la cual está sufriendo a causa de la conmoción política y económica, así como de la brutalidad del largo y tiránico reinado de Mugabe.
El descenso en los servicios de salud a lo largo del año pasado ha sido pasmoso. El mes pasado un equipo internacional de médicos que condujo una “evaluación de emergencia” sobre el estado del cuidado médico quedó azorado, al parecer, ante la catástrofe que sus integrantes presenciaron. El equipo fue patrocinado por Facultativos por los Derechos Humanos. En su informe, divulgado esta semana, los galenos dijeron:
“La caída del sistema de salud de Zimbabue en el 2008 no tiene precedente, ni en escala ni en su alcance. Hospitales del sector público han estado cerrados desde noviembre del 2008. La infraestructura básica para el mantenimiento de salud pública, particularmente el agua y los servicios sanitarios, se ha deteriorado abruptamente en el clima político y económico que va empeorando”.
Médicos y enfermeras están intentando hacer lo que pueden bajo las circunstancias más duras en verdad: instalaciones sin agua, ni retretes que funcionen, así como prácticamente ningún medicamento o provisiones. El informe citaba las palabras del director de un hospital y misión:
“Uno de los principales problemas es la pérdida de vida y deterioro fetal que estamos viendo entre pacientes de obstetricia. Llegan tan tardíamente, que los fetos ya vienen muertos. Vemos mujeres con eclampsia que han estado padeciendo ataques durante doce horas. Aquí no hay unidad de cuidados intensivos y ahora no hay cuidado intensivo en Harare.
“Si tuviéramos una unidad de cuidado intensivo sabemos que de inmediato estaría repleta de pacientes con enfermedades críticas. Como están las cosas ahora, ellos sencillamente mueren”.
El corrupto reino de Mugabe, violento y profundamente destructivo, ha dejado a Zimbabue hecho añicos. Es una nación abrumada por la pobreza, la epidemia del VIH/Sida y la hiperinflación. Considerado en otra época “el granero” de África, Zimbabue es un país que no puede alimentar a su propio pueblo. La tasa de desempleo es superior a 80%. La desnutrición se extiende por doquier, al igual que el miedo.
Una enfermera le manifestó al equipo de Facultativos por los Derechos Humanos: “Se supone que nosotros no padecemos hambre en Zimbabue. Así que aunque la veamos, no podemos reportarla”.
Unos cuantos meses atrás, Mugabe firmó un acuerdo para compartir el poder con un opositor político, Morgan Tsvangirai, quien superó a Mugabe en las urnas en unos comicios efectuados en marzo, mas no obtuvo la mayoría de los sufragios populares. La continuación del caos, incluidos ataques violentos por parte de seguidores de Mugabe y alegatos en el sentido de que fuerzas de Mugabe han participado en actos de tortura, ha impedido que el acuerdo entre en vigor.
El amplio escepticismo que recibió la presunta voluntad de Mugabe para compartir el poder solamente aumentó cuando él despotricó, apenas el mes pasado: “Nunca, nunca, nunca me rendiré, Zimbabue es mío”.
En el ínterin, el cuidado de salud en Zimbabue ha caído al abismo. “Esta emergencia es tan grave que alguna entidad necesita intervenir allá y tomar el control de la atención en el sistema de salud”, dijo Susannah Sirkin, subdirectora de Facultativos por los Derechos Humanos.
En noviembre, el principal hospital público de referencia en Harare, el Hospital Parirenyatwa, cerró sus puertas. Después le siguió su escuela de Medicina. La pesadilla que obligó a dichos cierres era explicada en el informe:
“El hospital no tenía agua corriente desde agosto del 2008. Los retretes rebosaban, al tiempo de que los pacientes y el personal no tenían un lugar para hacer sus evacuaciones, lo cual provocó que el hospital fuera inhabitable al poco tiempo. El Hospital Parirenyatwa estuvo cerrado cuatro meses en plena epidemia de cólera, discutiblemente el peor momento de todos para haber cerrado el acceso al hospital público. No obstante, resulta imposible el cuidado, tratamiento y control del cólera en unas instalaciones carentes de agua potable y retretes que funcionen”.
Las alas de cirugía del hospital fueron cerradas en septiembre. Un médico describió el agonizante dilema de tener niños a su cuidado cuando sabía que morirían sin la cirugía. “No tengo medicamentos para combatir el dolor”, señaló, “algunos antibióticos, pero no hay enfermeras. Si yo no opero el paciente morirá. Pero si llevo a cabo la cirugía el niño también morirá”.
Lo que se ha documentado en el informe de Facultativos por los Derechos Humanos es evidencia de un perturbador desastre médico y de los derechos humanos que reclama un mayor reflector de atención popular, así como un mayor esfuerzo por montar una intervención humanitaria en el ámbito internacional.
Algunas organizaciones están trabajando en el caso, incluidos Médicos Sin Fronteras y la Unicef, el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia. Empero, Zimbabue está muriendo y hace falta mucho más.
© The New York Times News Service