Dos grandes esfuerzos editoriales han caracterizado este  año 2005: en primer lugar el inicio de la colección Biblioteca de la Muy Ilustre Municipalidad de Guayaquil.

En ella han  aparecido las obras completas de Medardo Ángel Silva, Demetrio Aguilera Malta y Alfredo Pareja Diezcanseco. Por su parte, la Casa de la Cultura ecuatoriana Benjamín Carrión ha presentado también en ediciones  especiales de papel biblia centenares de páginas y estudios introductorios, las colecciones Memoria de Vida y Poesía Junta. Corresponde la primera a la poesía de grandes poetas aparentemente olvidados por nuestra patria y recogerá la segunda lo más trascendente de nuestros mejores poetas vivos.

Las ediciones, de gran formato, tienen precios al alcance del ciudadano común y se realizará una promoción con los maestros de las universidades y colegios, para que actúe en una especie de incitación a la  lectura y de crítica.

La aparición de estas colecciones significará un impulso imponderable para la divulgación masiva de nuestros libros y autores. Recuérdese la gran acogida que tuvieron los Clásicos Ariel, merced a la visión y el talento creativo del  editor Lcdo. Tomás Rivas Mariscal y la alta calidad de los estudios críticos de Hernán Rodríguez Castelo.

Los maestros, estudiantes y lectores en general se merecen colecciones como estas, que representan airosamente el ánima ecuatoriana, sin caer en las obras folklóricas ni en la postal que encanta al turista.

Con mucha justicia se escogió para iniciar la colección de la Municipalidad guayaquileña las Obras Completas de Medardo Ángel Silva, el más alto poeta modernista del Ecuador y al mismo tiempo el poeta enamorado de la muerte.

Vale mencionar la acogida brindada por los autores y editores de todas las regiones del país.

Recuerdo sentimental
Aprovecho que estoy garabateando esta botella para rendir tributo de admiración a los hombres que laboran  en las pequeñas imprentas de tipos móviles, de cuyas manos nacieron nuestros libros iniciales. Sus propietarios se niegan al retiro final, pese a la moderna avalancha informática de este siglo. En este instante quiero agradecerles en la persona del poeta Alejo Capelo, que “levantó” letra a letra mi primer libro, Estatuas en el mar, en la imprenta del colegio Vicente Rocafuerte, de la que era tipógrafo.

Es cosa difícil para un poeta como yo ofrecer un detalle del número de imprentas que pertenecen a los inicios del siglo pasado, solo sé que son muchas. En ellas, los tipógrafos mantienen vivas las artes gráficas.

Ojalá que nunca cerraran sus puertas. Sin ser enemigo del adelanto tecnológico, pienso que constituyen el romántico refugio de las palabras y los sueños del hombre.