Cuando era pequeña no existía el Día del Padre, se lo introdujo muchos años después entre las celebraciones anuales como el Día de la Madre. Gracias a mi esposo aprendí a observar que, casi en cada pueblo del Ecuador por el que hemos pasado, hay un parque con una estatua en honor a la madre. Con entusiasmo iniciamos una colección de fotos de esos monumentos que hablan de la cultura de nuestro país.

No es posible poner en duda lo justo de esos públicos reconocimientos a la entrega, sacrificio y responsabilidad que implica cumplir a cabalidad el rol materno, pero siempre me pregunté: ¿y por qué no se reconoce también a los padres?

Indudablemente, la celebración actual del Día del Padre, aunque posea todos los tintes comerciales propios de estas fechas, constituye una oportunidad maravillosa para hacer justicia a los progenitores que ejercen seriamente su paternidad mucho más allá del ámbito biológico de la procreación.

Hace algún tiempo percibo que el papel, convenientemente hiperprotagónico, que la cultura machista asignaba a las madres, está cediendo en favor de un equilibrio entre las figuras paterna y materna que beneficia el desarrollo psíquico de los hijos.

En su vivir para el mundo y el trabajo, como rol tradicional de los varones, no era concebible un monumento al padre. Hoy, la dedicación, ternura y paciencia que demuestran tantos padres de las nuevas generaciones dándoles tiempo y atención a sus hijos, compartiendo ratos libres con ellos y colaborando con su pareja en la crianza, educación y sostenimiento, que muchas de ellas también asumen, justifica plenamente este agasajo que debe ser un motivo para incrementar y consolidar la unión familiar.

A menos estatuas dedicadas a la madre, quisiera ver otras que representen la unidad familiar y reflejen la armonía que pueden lograr hombres y mujeres cuando son valientes para asumir su misión parental y compartir equitativamente deberes y alegrías en el hogar.

Muchos de nuestros queridos padres serían más y mejor recordados si hubieran estado preparados para asumir adecuadamente su rol de esposos porque, como sostengo siempre, el mejor regalo que los padres y las madres podemos dar a nuestros hijos es el de ayudarlos a crecer con un buen modelo de pareja que ellos puedan interiorizar desde pequeños y les sirva como referencia en su vida.

Paternidad y conyugalidad son dos roles diferentes, pero complementarios e impostergables para un sólido bienestar familiar por el que vale la pena luchar. La relación de pareja amerita cuidados y esfuerzos pues, de muchas maneras, los desencuentros o la falta de entendimiento se reflejan en la tarea educativa con los hijos.

Ser un buen papá hoy no es fácil, tampoco lo fue ayer. En la medida que ambos, marido y mujer, se preocupen por cuidar con esmero su relación será más llevadero ejercer la paternidad y maternidad, el apoyo requerido vendrá con más facilidad y las gratificaciones serán frecuentes.