El ambiente en Ecuador al amanecer del 10 de agosto de 2023 fue más pesado, tenso. En lugar de celebrar el primer grito de la Independencia, elevamos por enésima vez un grito de impotencia. Una vez más el país está de luto, no por el decreto presidencial como reacción al asesinato del candidato Fernando Villavicencio el 9 de agosto, sino por el hecho mismo, que se suma a las más de 3.000 vidas perdidas en manos de criminales este año.
Frases que se han convertido en lugar común como ‘hasta las últimas consecuencias’, ‘no habrá impunidad’, ‘solidaridad con la familia’, lejos de confortar se sienten vacías porque hoy se repiten por Fernando Villavicencio, pero antes se escucharon por Agustín Intriago (alcalde de Manta), por Rider Sánchez (candidato a asambleísta), por Jaime Villagómez Fayad (joven asesinado en el Buijo Histórico en 2022), por Nathaly López (directora administrativa del hospital Teodoro Maldonado) y tantos ecuatorianos asesinados.
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Ecuador es un país donde la mayoría es gente trabajadora, buena, honesta. Son las personas que no aceptan que la injusticia sea escudo protector de los delincuentes, que reprocha la retórica, la inacción, la falta de una política de seguridad eficaz y de firmeza de sus gobernantes, su fuerza pública y Función Judicial.
La unidad nacional indudablemente es fundamental para no seguir cayendo más en el abismo.
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Tres días de luto nacional son merecidos por el candidato asesinado, pero no devuelven la paz; los repetitivos decretos de excepción están desgastados. El país espera real contundencia, no justicia a medias donde se captura y sentencia a los autores materiales o coautores como en el caso Villagómez Fayad. De los autores intelectuales no se sabe nada.
El país necesita recuperar la confianza en sus instituciones, en sus autoridades y eso no se logra con palabras hechas. Urge unidad para luchar contra el yugo criminal y compromiso para expulsar el odio del discurso social y político que le está pasando factura a todos. (O)