La disputa electoral por las dignidades en el Estado expone los peores males y defectos de nuestra sociedad. Decir esto, lamentablemente, acaso sea ya una constatación inútil de nuestra imposibilidad de tener autoridades comprometidas con la mayor racionalidad posible en la toma de decisiones. La política ecuatoriana se funda cada vez más en el afán por alcanzar poder para beneficiar los intereses visibles y ocultos de los grupos que representan los partidos y movimientos, para cobrar deudas simbólicas o en dinero contante y sonante, para hacer de la persecución una línea de gobierno, para asegurar porcentajes mínimos de votos…

Últimas noticias de las elecciones presidenciales de Ecuador de 2023

Los cientistas sociales están de acuerdo con que la política es importante; y lo es, porque debido a ella hay países tan distintos como Suecia o como Venezuela. Pero la acción de los políticos –en campaña y en el ejercicio del gobierno– es ahora cada vez menos educativa: ya no se trata de instruir en principios o visiones de país, sino simplemente de exhibirse incluso poniendo de relieve los deméritos que se tienen. En política es irresponsable ser pintorescos, porque de verdad en cada elección se juega el destino de millones de ecuatorianos que viven en condiciones de precariedad y que requieren de la atención estatal.

Liderazgo femenino

Con la cultura política que hemos heredado no tenemos como pueblo capacidad de elección. Siempre estamos al vilo de que algo catastrófico vaya a ocurrir si triunfan ciertos candidatos. No nos hemos educado para hacer la mejor decisión posible, pues siempre a la masa la encandilan los hombres bravos y machos, las mujeres que han trabajado en la televisión, los dirigentes ignorantes y gritones, los candidatos folclóricos. Hace más de una década el filósofo español Javier Gomá Lanzón acuñó la expresión ‘ejemplaridad pública’ para preguntarse qué es lo que nos perfecciona como ciudadanos en una civilización democrática.

(...) hay algo de tramposo en la política porque da la ilusión de que las sociedades mejoran colectivamente.

Gomá parte de una constatación devastadora: “La vulgaridad es el signo de nuestro tiempo”. Pero esta vulgaridad no es la suma de todos los males; al contrario, es “hija, poco agraciada pero deseada y única, de dos padres respetables: la libertad y la igualdad”. La vulgaridad ha llegado a dominar amplios espacios de la vida pública y privada. Por eso, un compromiso de ejemplaridad pública buscaría atenuar los efectos de esa vulgaridad. Una ciudadanía educada en la ejemplaridad apuesta por la civilización y reniega de la barbarie, habiendo asumido y comprendido los valores del comportamiento correcto en la función pública.

Esta ejemplaridad nos llevaría a escoger candidatos que muestren algún decoro, porque elegir es comprometerse a desarrollar una opinión pública vigilante. Pero hay algo de tramposo en la política porque da la ilusión de que las sociedades mejoran colectivamente. Sobre esto, dice Gomá: “Abusamos, con sobrado énfasis, del lenguaje de la liberación cuando lo que urge es preparar las condiciones culturales y éticas para la emancipación personal”. Nuestro sistema electoral, encarnado en el Consejo Nacional Electoral, parece estar hecho para que cada elección profundice la vulgaridad de los candidatos y la estupidez de los votantes. (O)