Su discurso era tolerante y fresco, atrajo a los jóvenes presentándose como diferente. Pero, más adelante adoptó medidas punitivas. Con su actitud cool (adjetivo que él mismo se adjudicó) llegó el día que se tomó el Congreso y más tarde, la Corte de Justicia, todo en nombre de salvar el país. Así resume el diario El País en una nota reciente, la ruta política de quien, ese mismo Congreso que fue tomado a la fuerza, acaba de aprobar la reelección presidencial indefinida que permite a Nayib Bukele continuar en el poder que asumió en 2019.
Freedom House en su informe de 2024, asegura que, en los últimos 18 años, los ataques de fuerzas autoritarias han golpeado los derechos políticos y las libertades civiles. Sin embargo, reconoce que quienes se enfrentan a una opresión implacable en primera línea no se han rendido y siguen siendo cruciales para sostener la libertad en todo el mundo. Y sí, sin duda, son cruciales, pero no suficientes. Nicaragua, con Daniel Ortega que ha acumulado más de 26 años en el poder; Venezuela, desde Chávez hasta Maduro, el régimen se mantiene desde 1999; Argentina, con los Kirchner desde 2003 hasta el 2015, más un lapso desde la Vicepresidencia desde 2019 hasta el 2023. Ecuador, con un correísmo que agoniza, mantuvo un régimen de más de 10 años. En resumen, todos estos, políticos autoritarios.
Para Gideon Rachman, en su análisis global sobre este tema, este tipo de liderazgo se sustenta en el miedo, la coacción y en el culto a la personalidad. Del Ecuador contamos con ejemplos de aquello, pues más de un líder se ha encargado de forrar paredes, calles, ventanas, puentes con sus retratos, provocando estilos aspiracionales y, obvio, adhesiones.
El miedo y la coacción impiden que la sociedad civil sostenga su protesta y debate público en defensa de los principios democráticos. A ello, deberíamos agregarle que el contexto actual es violento absolutamente. El enemigo no es único, es una combinación de envidias y temores por perder el cargo, y la impunidad de ciertos sectores; el ambiente tiene huellas de intolerancia de los líderes a la crítica y de ello se disparan la destrucción de los controles de la sociedad civil. En tal virtud, la violencia nace en las entrañas del poder mal habido o defendido.
Durante las conversiones forzosas del siglo XV impulsadas por la corona española, en nombre del más bendito de los nombres, y para que toda la humanidad sea “salvada”, se hizo mucho daño, se sembró resentimiento y multiplicó avaricia de los santos servidores. Porque el poder hace eso, daña, ciega y convierte al que piensa distinto en condenado mortal.
Asimismo, hubo gente feliz, ya que, si era bien visto por los reyes, era bueno y merecedor de todo. ¿Nadie vio que el afán de concentrar el poder, así sea en nombre de todos los dioses, traería caos y dolor? ¿Será que, en nuestros días, hay gente que cree que es mejor una buena dictadura a una débil democracia? Resulta peligroso no reflexionar ante la historia, pues como estamos en la era de que todo es posible, quién sabe si nos reaparece un Enrique VIII, capaz de fabricar cargos para eliminar a quienes molestaron su santa voluntad. (O)