Como generalizar es un error, me referiré a casos puntuales. Hay historias conocidas por todos y esta en particular la recordamos por el adjetivo “emblemática”. Si agregamos el sustantivo “universidad”, probablemente pensaremos en universidades públicas y particulares-cofinanciadas, que tienen en común el financiamiento o cofinanciamiento de sus presupuestos con recursos públicos, por lo que su fuente económica es, en mayor o menor grado, el hacendoso Estado ecuatoriano. Es aquí en donde puede empezar el suplicio para algunas de ellas. El nuevo Gobierno debe respetar el principio constitucional de autonomía administrativa y orgánica en las instituciones de educación superior. Ese sería un buen comienzo.

Entre las instituciones emblemáticas resalta Yachay, término en quechua que significa “saber”, palabra a la que tecnócratas con PhD agregaron un término anglosajón, dando nacimiento a Yachay Tech; poco faltó para agregarle una tercera palabra en francés para que el nombre sea más “discreto e ingenioso” (léase con ironía, pero con respeto). Uno de los problemas que enfrenta es el costo, ya que se ha repetido hasta el cansancio que la misma carrera en otra universidad pública cuesta al Estado la tercera parte, sin que exista hasta hoy un pronunciamiento oficial al respecto. Sin estar elevada en la categoría de emblemática, aunque con mayor identidad, con algo más de historia y con esa misma luz que irradia desde gran parte del sector público está la Universidad de Guayaquil, la famosa UG, que ha tenido gloriosos periodos; sus complicaciones datan de cuando se la tomaron grupos que siembran el caos, como los Chinos, Atalas y Cabezones, aunque debemos reconocer el esfuerzo de la última Comisión Interventora designada por el Consejo de Educación Superior.

Un problema común para todas las universidades (públicas, particulares-cofinanciadas y particulares-autofinanciadas) es la carga regulatoria que asfixia por igual, sin diferenciar las realidades de unas y otras. Mejor suerte tiene la universidad particular-autofinanciada, ya que esta no recibe recursos del Estado gracias a la visión de sus fundadores. Esta visión con síntomas de precaución tiene lógica, ya que es vox populi que en Ecuador el aparato estatal no funciona y cuando de cualquier forma participa, los resultados no son alentadores. Esto que no es una atrevida generalización de mi parte, es una máxima que se repite como una verdad –casi– irrefutable. Pese a que son autofinanciadas, se sigue teniendo injerencia en la gestión, al no aprobarse desde el regulador de manera eficiente las carreras y programas de universidades ecuatorianas acreditadas.

Como si fuera poco, hay unas que funcionaron como “centros de abastecimiento y logística para personas que cometían actos delictivos”, según denunció el ministro de Defensa del Ecuador, a raíz de las manifestaciones de octubre de 2019 que nos hicieron recordar los tiempos en que “el honor era mayor cuando mayor era el botín”. Por la misma época que dio pie a la campaña ciudadana de #OctubreNuncaMás que rechazó aquellas manifestaciones en otra universidad que también recibe asignaciones del Gobierno Central, se promocionaba la Feria del Libro Insurgente, utilizando símbolos que identificaban al Che Guevara. Esto último me resultaría indiferente, salvo por los metros de tela que bordeaban los exteriores de una Facultad sostenida con dinero de los contribuyentes. Lo que lleva a preocuparnos es el alcance del término utilizado, que nos hace pensar en rebelión, levantamiento, enfrentamiento, actos con fuerza y violencia. Estos temas son la antesala del profundo problema en el que se encuentra la educación del país, realidad que debe enfrentar el Gobierno Nacional si quiere evitar que campus universitarios se conviertan en una versión ecuatoriana de la Bastilla, fortaleza que cumplió un rol transcendental en los conflictos internos y domésticos de Francia. La universidad no puede ser un reducto clave para el caos.

El presidente de la República hizo bien al abordar temas impostergables en la reunión con rectores de las universidades del país junto con el Secretario de la Senescyt, lo que merece apoyo y especial razonamiento de la ciudadanía, situación que recuerda otra barrera, ya que los seres humanos razonan bien solamente cuando tienen buenos principios. Y ese, precisamente, es el mayor inconveniente que enfrentamos como nación. Michael Smith lo llama “El problema moral”, tema en el que deben trabajar todos los educadores del país junto al Gobierno Nacional.

Por ello, a algunos rectores hay que recordarles que la anarquía es contraria al contrato social. Una sociedad se construye luchando contra quien genera el caos, sin importar de dónde provenga. Acepto y reconozco que el sistema democrático que tenemos no es perfecto, ¡pero nada lo es! Además, debo decir que no conozco a ninguna autoridad académica de este lado de la región –y tampoco lo hicieron quienes honraron el botín– que haya presentado un nuevo modelo que desplace, sustituya o cambie el sistema que, nos guste o no, debemos defender.

Para sacar conclusiones recomiendo seguir razonamientos de Hobbes, Locke, Rosseue y Kant, cuyas mentes no imaginarían un escenario en el que exista un recinto, llámese coliseo, teatro o universidad, que no se someta al orden constituido de un Estado; sin embargo, en Ecuador hay instituciones que un día deciden llamarse “centros o zonas de paz” generando las consecuencias conocidas por todos. No nos alarmaríamos tanto si estos hechos estuvieran relacionados con una cancha de fútbol, pero no deja de ser preocupante que cuatro siglos después del fallecimiento de Thomas Hobbes, sigamos pensando en elegir entre “el uso de la razón” al que se refiere en su célebre Leviatán y la barbarie de octubre de 2019 que tuvo como protagonistas a instituciones de educación superior.

No podemos mirar para otro lado y pretender que no pasa nada. Al menos no deberíamos si la intención es que se respete el mandato de cuatro años que la constitución prevé para el gobierno del presidente Lasso. Educar sin adoctrinar es la clave; o, mejor aún, educar sin embrutecer, tal como lo dice Jacques Ranciére en su libro El Maestro Ignorante. Lo único en lo que cabe ser radicales es en la educación. (O)