La Bastilla de Sant Antoine era una fortaleza que protegía el costado izquierdo de La Ciudad de la Luz, más conocida como París. Si bien fue utilizada como prisión, cumplió un notable rol en las pugnas internas de Francia. Llegó el día en que fue tomada por una multitud durante la Revolución Francesa, convirtiéndose en un símbolo republicano francés.

Aterrizando en Ecuador, el 30 de junio de 2022 y tras dieciocho días de “manifestaciones pacíficas”, las autoridades del Gobierno y los dirigentes del movimiento indígena firmaron la denominada “Acta por la Paz”; calma momentánea para algunos, pero calma al fin. Hasta entonces, los ciudadanos domiciliados lejos de los “campos de paz generados por las manifestaciones pacíficas”, debemos esperar los sucesos del próximo paro nacional, que seguro incluirá las escenas que se van convirtiendo en tradición, algo a lo que debemos someternos y acostumbrarnos los simples mortales. Pero claro, y es que, como la costumbre es una de las fuentes del Derecho, ¡advertidos estamos!

Como pinta el panorama, nos paralizarán cuántas y tantas veces consideren necesarias en defensa de los “intereses nacionales” como si de aplicación de conceptos jurídicos indeterminados se tratara; invocando “a nombre del pueblo”... aquellas frases que dicen mucho y significan nada.

En esta ocasión volvió a fallar el plan, como el de octubre de 2019 en el que se intentó derrocar al expresidente Lenín Moreno. Más allá de todo lo que genera una situación de esta naturaleza, preocupa nuevamente que recintos universitarios sean baluarte de la denominada “insurgencia”, ya que en cada paralización deciden convertirse en la Bastilla de Saint Antoine pero de Quito. Seamos objetivos: sin estos reductos, los paros de octubre de 2019 y junio de 2022 no se hubieran extendido tantos días. Fueron clave en el objetivo trazado. Y es que, una cosa es dar albergue, y otra es no advertir que se cierra el albergue si las manifestaciones no son pacíficas.

Mientras universidades del primer mundo están dedicadas a enfrentar los desafíos del presente y del futuro, en las Bastillas de Saint Antoine de Quito con cartel de universidades se han colgado telas de metros de largo, promocionando alguna feria de libro, lo que resulta coherente tratándose de un campus universitario, con la salvedad de que la feria era del “libro insurgente”. El tema en cuestión es que insurgente es todo aquel que se enfrenta de manera organizada y prolongada a la autoridad pública, mediante una estrategia efectiva de movilización social y empleo de la fuerza, lo que hay que recalcar.

Un educador debe tener presente que su deber es emancipar, no adoctrinar. A muchos preocupa que universidades sean fortalezas para actos de adoctrinamiento. Al respecto, la Ley Orgánica de Educación Superior determina las funciones de su sistema, así como señala los fines de las universidades, tema que todos deberíamos tener claro.

Se necesita imponer medidas para asegurar que los campus universitarios no sean parte de historias de desestabilización y se conviertan en fortalezas permanentes, como lo fue la Bastilla de San Antoine de París; o, lo que es peor, que prácticamente en pleno Bicentenario de la Batalla del Pichincha, acontecimiento que dio fin al proceso de independencia del país, nos recuerden la “Guerra de los Cien Años” que enfrentó a Inglaterra con Francia. Debemos entender que no se trata de defender ideologías o posturas de izquierda o derecha, lo que nos debe resultar indiferente a efectos de la presente columna, se trata de proteger al país y sus habitantes.

Las universidades deben trascender e intentar un rol estelar como actores del cambio del país desde el aula de clase. No se concibe un rol junto a grupos que encuentran la fuerza como camino en lugar de la institucionalidad. Es un grave error pensar que las universidades son un reducto infranqueable.

Podemos abandonar la idea de que la Bastilla de París fue una fortaleza importante para los fines conocidos, pero hay que recordar que finalmente fue destruida y reemplazada por la Plaza de la Bastilla. Estamos seguros de que la inteligencia y prudencia de las autoridades universitarias harán que se busque precautelar el interés superior de la educación y nunca tengamos que escribir de procesos de intervención o suspensión de universidades y escuelas politécnicas por participar en actos ajenos a sus estatutos y fines. Lo repetiré hasta el cansancio: lo único en lo que cabe ser radicales es en la educación con emancipación.

No creo que sea necesario explicarles a ciertos rectores que “el que enseña sin emancipar, embrutece” como bien lo afirma Jacques Ranciére en su obra El maestro ignorante. Los estudiantes no son partidarios, son personas en pleno proceso de formación. Es necesario que el Ministerio de Educación junto al CES y la Senescyt inicien una campaña para #educarsinadoctrinar o #educaresemancipar.

Con la educación como medio, debemos abrigar la necesidad de sentirnos miembros de la gran comunidad humana y no solo de la ecuatoriana. Antes de cualquier conflicto interno y previo a convertir a nuestra capital en campos de batalla, deberíamos leer todos en voz alta lo que alguna vez dijo Paúl Valery: “Ser humano es sentir vagamente que hay de todos en cada uno y de cada uno en todos”.

Esperamos por una educación de excelencia en todos los niveles, alejada de intereses personales e ideológicos, así como de intereses económicos, tema que desarrollaré en adelante. (O)