Fernando Pedrosa

@Latinoamérica21

Hay una máxima muy difundida entre periodistas y entrenadores deportivos: «Equipo que gana, no se toca». La idea detrás de la frase es muy básica: ¿para qué modificar un mismo grupo de jugadores o una táctica si con ella se han obtenido buenos resultados? La idea suena tan razonable que el mundo de la política también quiere aplicarla.

En su tercera experiencia presidencial, Lula ha adoptado este lema como un mantra. Y, por lo menos en lo referido a la política exterior, ha comenzado a reconstruir el camino de sus anteriores mandatos. Si bien el cuerpo técnico ha cambiado (porque ya no está Marco Aurelio García), la estrategia sigue siendo la misma que impulsó el excanciller Celso Amorim. Los resultados de esa continuidad no tardaron en verse, y ahí está Brasil reviviendo su posicionamiento geopolítico en torno al bloque conocido como Brics, que integra junto con Rusia, India, China y Sudáfrica.

¿Nueva estrategia?

Lo llamativo de la estrategia brasileña es que vuelve a confirmar jugadores que no trajeron muy buenos resultados en la temporada anterior. De hecho, Lula ha designado a Dilma Rousseff al mando del Nuevo Banco de Desarrollo de los Brics, con sede en Shanghái, China, adonde el líder del Partido de los Trabajadores viajó presuroso antes de cumplir sus 100 días como primer mandatario.

Lula repite el esquema de juego. Por lo pronto, el legado de autoritarismo que la izquierda del siglo XXI regó en América Latina no parece motivo suficiente para que el político brasileño ofrezca algún tipo de autocrítica al respecto. El mensaje es claro: si Lula no cambia es porque evalúa que su estrategia pasada no salió tan mal. Y en esto, posiblemente, no se equivoque, ya que aquellos fueron los años dorados de su liderazgo y prestigio regional.

La nueva temporada de Unasur

Mientras refuerza los vínculos con China, y en el contexto de las desafortunadas declaraciones sobre Rusia y la guerra con Ucrania, Lula recuperó otra pieza del viejo equipo con el que gestionó su política exterior entre 2003 y 2010: la Unión de Naciones Suramericanas, mejor conocida por sus siglas Unasur.

Esta organización tuvo un rol clave en la política petista (PT) de entonces, que se puede graficar en la metáfora del «bombero pirómano». Es decir, mientras alentaba y protegía a Hugo Chávez, Rafael Correa y Evo Morales, se presentaba a nivel global como quien podía contenerlos en las líneas rojas que preocupaban a las grandes ligas internacionales. Para Estados Unidos eso fue suficiente en una región que hace tiempo no aparece en los primeros puestos de su interés geopolítico. En cambio, para los ciudadanos latinoamericanos que sufrieron el esplendor de los líderes bolivarianos, los resultados fueron desastrosos en el deterioro democrático, la calidad de vida y la vigencia de los derechos humanos.

A pesar de esto, uno de los puntos fuertes que legitimó la existencia de la Unasur fue la batería de conferencias, artículos y libros elaborados por especialistas, internacionalistas y demás académicos. El soft power intelectual legitimó a la Unasur adjudicándole un éxito que nunca se materializó ni se observó en la realidad. Esto no es de extrañar, ya que la izquierda autoritaria ha mostrado más habilidad en mejorar la calidad de vida de sus intelectuales y organizaciones de expertos que en mejorar la del resto de la población.

Unasur: ¿éxito o fracaso?

La vuelta de la Unasur fue recibida con algarabía por los viejos accionistas que continuaban integrándola: Bolivia, Guyana, Surinam y Venezuela. Pero, además, fue aclamada por los nuevos líderes de la izquierda regional: Gustavo Petro y Gabriel Boric. También por el peronista Alberto Fernández, quien además ve con interés la oportunidad laboral que se abre en la secretaría general, reservada para un expresidente, ya que a fines de 2023 perderá su actual trabajo.

A diferencia de otros espacios latinoamericanos, la Unasur no pretende funcionar como un organismo de integración regional clásico, sino que privilegia la cooperación política, donde las coincidencias ideológicas cumplen un rol clave. La Unasur es parte central de una estrategia que se sostiene en un entramado de redes de organizaciones internacionales y trasnacionales que toman la forma de constantes reuniones, encuentros y cumbres.

Estos eventos son de diferentes niveles: gubernamentales y no gubernamentales, presidenciales, ministeriales, de expresidentes, partidarios, de especialistas, ideológicos, bilaterales o multilaterales. Desde la Unesco hasta el Foro de San Pablo, pasando por la Celac o las asambleas de Clacso. De hecho, el anuncio de la vuelta de Argentina a la Unasur se realizó en el marco de una reunión del Grupo de Puebla y del Consejo Latinoamericano de Justicia y Democracia.

Estos espacios colectivos –y sus reuniones permanentes– aportan a la difusión de un activo nacionalismo patriagrandista, muy afecto al autoritarismo iliberal latinoamericano. Además, muestra a los líderes en permanente actividad y ayuda a consolidar sus discursos y proyectos nacionales. Sobre todo, permite mantener bajo control, incluso aislar, a quienes en esos niveles no integran el colectivo de la izquierda populista o se atreven a impugnarlo.

El papel de la Unasur 2.0

La Unasur adquiere un lugar importante entre las redes trasnacionales de cooperación por otros dos motivos poco resaltados hasta el momento. Primero, porque tiene un pasado de intervención directa en los asuntos nacionales para socorrer a sus integrantes en problemas. Esto se vio en la legitimación de las fraudulentas elecciones venezolanas de 2013, la amplificación de crisis menores en Ecuador para beneficiar al proyecto autoritario de Rafael Correa, la participación en la disputa del Gobierno de Santa Cruz de la Sierra con Evo Morales, o en el conflicto de Colombia con las FARC, entre otros.

En segundo lugar, porque es el primero de los espacios internacionales latinoamericanos que realza la cuestión de la defensa y la seguridad regional a través de su Consejo de Defensa Sudamericano. Ninguna otra organización ha puesto al mismo tiempo énfasis en la condición ideológica de sus presidentes y en la coordinación de las fuerzas armadas que ellos dirigen.

Lula mantiene la formación de su equipo y las estrategias implementadas a partir de 2003, pero el mundo de hoy cambió radicalmente respecto al de inicios del siglo XXI. La posibilidad de abrirles las puertas de la Unasur –como ya pasó con la Celac– a China y a Rusia los habilitará a jugar en un campo hasta ahora vedado. Así, podrían intervenir en la política nacional de los países sudamericanos con inédita legitimidad.

A pesar de tanto entusiasmo construido artificialmente, la Unasur dejó de existir sin pena ni gloria cuando un par de países que la integraban decidieron suspender su financiamiento. Finalmente, no había mucho más que un relato bien elaborado, pero eso es, justamente, lo que hoy le permite resurgir y convertirse en una potencial amenaza para la libertad de la región. La Unasur es un gigante con pies de barro. (O)

*Texto publicado originalmente en Diálogo Político