12 de abril es miércoles, 1961, en Cotocollao desayunábamos oyendo las noticias en el receptor Gründig. Como podía captar estaciones de onda corta de todo el mundo, no es imposible que haya sido en la propia Radio Moscú que escuchamos que hacia las doce de ese día, que en Ecuador recién amanecía, desde el desierto kasako un “hombre había viajado al espacio”. Un par de horas después habré comentado con mis compañeros sobre el suceso. Hacia el fin de semana el vuelo de “Gagarín” (así decíamos) era conocido casi literalmente por todo el mundo. Era notable el interés que ponía toda clase de gentes en la aventura espacial. Todas las perras se llamaban Laika. Se sabían los nombres de las naves y de algunos astronautas, que Titov durmió en el espacio, que Valentina Tereshkova, primera mujer en órbita, que las Géminis... hasta que en 1969, ¡las Apolo y el alunizaje! ¡Vibrantes años sesenta!

El viaje de Yuri Gagarin fue un triunfo de la humanidad. El aporte desde la matemática griega e india, el desarrollo de la ciencia en Europa a partir del Renacimiento; los antecedentes más inmediatos, los cohetes del americano Robert H. Goddard y, sobre todo, los avances de los ingenieros alemanes que desarrollaron las bombas voladoras nazis, algunos de los cuales fueron “reclutados” tanto por la Unión Soviética como por los Estados Unidos. Aunque se ha buscado superarlo, el cohete por etapas de combustible líquido sigue siendo el medio de elección para escapar a la gravedad de la Tierra. Pero sería necio negar que el viaje de la Vostok 1 se hizo en un momento de optimismo y creatividad desatado con el proceso de desestalinazación en el Estado soviético, unido a la inteligencia e inventiva de los rusos cuando trabajan en libertad, rebasaron a los Estados Unidos en la carrera de la Luna. Inevitable, el éxito del vuelo sirvió como poderosa arma de propaganda en la Guerra Fría. Y fue poderoso acicate para que los americanos reaccionaran y ganaran tal competencia gracias a su dominio de la cibernética y la electrónica, campos en los cuales aún prevalecen.

En ese trance se produjo la primera víctima de la carrera espacial. No fue Vladimir Komarov, que fue el primer muerto, sino su amigo Yuri Gagarin, el primer cosmonauta. Fue usado como peón del ajedrez de la Guerra Fría, desde su misma selección. Si bien fue un legítimo finalista, parece que German Titov lo superaba levemente. Pero él fue el elegido, porque era hijo de un campesino pobre, que había vivido la guerra y el hambre. Era un genuino producto del socialismo y la dictadura del proletariado. Pero encajó muy mal su elevación a estrella. Alcohol, mujeres, crisis familiar, una actitud crítica hacia el sistema... se había convertido en un problema que se solucionó con un anodino accidente aéreo. De cualquier manera, hoy miro con nostalgia esa relevancia que se daba hace sesenta años al espacio y no puedo dejar de compararla con la hastiada actitud del mundo de hoy, en el que la hazaña técnica del Perseverance, por ejemplo, es noticia de segundo orden. Nada nos asombra. ¡Cuidado! El ser humano es tal en tanto en cuanto es el animal que se asombra y estamos dejando de serlo. (O)