Se dice que Aristóteles fue el autor de la frase “Prinum vivere, deinde philosophari”, que significa “primero vive, luego filosofa”, y sí, es así, sin atravesar las experiencias de la existencia no pudiéramos impregnarnos de las preguntas acerca de lo que somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Hoy, en poco espacio, pero con el corazón inflamado, filosofaremos sobre María de Nazareth, la madre de Jesús.
La bula, según el Diccionario de la Lengua Española, es un documento pontificio relativo a materia de fe o interés general. Esto es, la idea que tenga un papa, a quien se le atribuye infalibilidad sobre algún tema que, como pastor de la Iglesia, debe ser aceptado como verdad por toda la iglesia.
Asunto resuelto en el Concilio Ecuménico I en el año 1870 y, aunque aceptar la infalibilidad del papa ocasionó grandes debates y excomulgados por no estar de acuerdo, no se ha revocado tal decisión.
Decisión básicamente amparada en citas bíblicas que hilvanan la idea de que los papas son sucesores de Pedro, el apóstol; y, por ello, las bulas de los papas, representantes de la Iglesia, están protegidas de todo error por gracia del Espíritu Santo.
En el Concilio Vaticano II el concepto de “iglesia” abandona una imagen concentrada y jerárquica, y se declara a sí misma como un pueblo, el pueblo de Dios, unidos en su fe, en el bautismo, en las misiones, en la que es luz y sal de la tierra. Por tal razón, el papa Pablo VI aclaró que el papa, como sucesor de Pedro, es pastor en la medida que esté con su gente, disminuyendo la solitaria y equivocada imagen de autoridad papal individual y, a efectos de estos cuestionamientos filosóficos, su privilegio de no equivocarse.
Entonces, a partir de ahí, su autoridad radica íntimamente en la comunidad del pueblo de Dios.
En 1950 se proclamó el último dogma que declara que la Virgen María fue asunta, fue elevada al cielo en cuerpo y en alma, fiesta católica que se celebra el 15 de agosto.
Después del Concilio Vaticano II la Iglesia no ha declarado más dogmas. O les ha parecido suficientes o peligrosos.
Sin embargo, acerca de María se ha profundizado mucho. El papa Francisco enfatiza que ella es madre de la Iglesia, no diosa, es madre, dijo, a la que se le cuenta secretos, la primera discípula, la ternura fiel que corre para acoger.
Para mí es la mujer que, por su sabia humildad, pudo entregarse al misterio de un amor insondable de un Dios padre que está tan enamorado de su propia creación que se encarnó sin modificarnos ni una célula de nuestro cuerpo, porque somos suyos, y no nos exige absoluta pureza.
María de Nazareth lo entendió con el corazón y se rindió ante ello. Es ella quien da a luz la buena noticia viva, encarnada y eterna, la que dio a luz al Dios que santifica todo lo que tocó y toca todos los días hasta el final de los tiempos. A nosotros, a todos. Sin imposiciones dogmáticas, sin condiciones, libres y de barro, a todos, a todos. (O)