La universalidad nos hará libres. El principio de la universalidad emerge de la condición de toda la raza humana y, basada en la dignidad de todos los seres humanos, reconoce a todos, sin distinción de absolutamente nada, el acceso igualitario de todos los derechos humanos sin excepción de ámbito, desde lo jurídico, social o privado. No siempre fue así, pero a veces retrocedemos. Me explico.

La libertad de contraer matrimonio, por ejemplo, estuvo condicionada a la voluntad de los padres de los contrayentes, pues se entendía que el contrato marital era básicamente un acto de linaje, por decirlo de alguna manera, y a su vez, un acto de salvaguarda del patrimonio de las familias a través de la procreación. Y si miramos más atrás, recordaremos el matrimonio precristiano en el cual la mujer era un objeto de repudio sujeto a la voluntad del marido; y adhiriéndome a la línea del profesor de antropología Higinio Marín, quien con cierta ironía reconoció en Moisés la bondad de reducir el ámbito del repudio tan solo al adulterio e infertilidad, no es sino hasta los evangelios que el cristianismo abandona esta exigencia para la perdurabilidad del matrimonio a la conducta y condición de la mujer, sea porque Jesús aclara que en el principio de la humanidad no fue así o por la conducta de san José que, sin vínculo sexual alguno, decide casarse.

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A pesar de la aclaración, retrocedimos, y la Iglesia emergió con poder suficiente para destronar de la igualdad a las mujeres e identificarlas como el rostro de la tentación diabólica, secuestrando el verdadero espíritu del cristianismo.

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Luego la historia cuenta que es la propia reina católica Isabel, en 1503, la que dispone a sus gobernadores en el nuevo mundo fomentar el matrimonio de diferentes razas, es decir, entre colonos e indias, porque los indios eran, decía la reina, libres y esos vínculos reconocidos podían colaborar a la evangelización en el continente. Luego el rey Fernando legaliza ese permiso. Y así se mueve el péndulo entre libertad y restricciones.

Ojalá esta nueva cepa de líderes no retroceda y comprenda que la paz no es un regalo.

He puesto ejemplos de decisiones íntimas. Ahora paso a decisiones públicas como lo son las políticas y desde allí siento asombro y vergüenza ajena por la violencia con la que atacan a personajes que por convicciones han decidido abrirse de sus viejos amigos políticos. Abrirse porque no les gusta someterse a actos delincuenciales como son el chantaje y la extorsión, porque no son orgánicos, porque usaron su libertad para elegir con quienes comulgar sus ideales sociales y políticos.

La sociedad cambia rápidamente y ese péndulo al que hacíamos referencia se mueve a otro ritmo y con otras propuestas, y está bien, no podemos oponernos a la dinámica de la evolución. Pero, ¿es evolución, seguro? ¿Acaso no estamos viviendo momentos de retroceso normalizando la violencia contra aquel que se opone a nuestras ideas?

Ojalá que esta nueva generación política se sostenga inquebrantable en el respeto a la libertad humana, a la dignidad de todos. Ojalá promuevan en escuelas, colegios y universidades materias que desarrollen habilidades para convivir en libertad y con respeto. Ojalá esta nueva cepa de líderes no retroceda y comprenda que la paz no es un regalo, sino una conquista que es lograda por los grandes de la historia. Ojalá apunten a ser grandes políticos del Ecuador. (O)